Por Fernando Berckemeyer
Más allá de la discusión acerca del nivel de certeza con el
que se probó (o no) su participación en los crímenes contra los derechos
humanos por los que ha sido condenado, resulta sorprendente el nivel de apoyo
que todavía tiene Alberto Fujimori en nuestra sociedad. Porque Fujimori, además
de presidir el gobierno que objetivamente acabó con el terrorismo y la
hiperinflación escatológicos de los ochenta, también acabó, eficacísimamente,
con las instituciones que existían para dividir el poder y garantizar nuestros
derechos —los de todos y cada uno—, hasta que no hubo en el Perú proceso
judicial ni administrativo importante que se resolviese en contra del querer de
sus lugartenientes, ni (salvo excepciones) prensa que nos informase de nada
contrario a sus intereses, ni Jurado Nacional de Elecciones que contase
nuestros votos, ni contralor que controlase sus gastos, ni Congreso que lo
fiscalizase, ni Tribunal Constitucional, ni nada que no fuese su voluntad.
Es decir, nos salvó de estar a la merced del terrorismo y la
hiperinflación, como dicen sus admiradores. Pero solo para que pasásemos a
estar a su merced .
Una vez nos tuvo ahí, no ejerció discreción alguna en su desprecio.
No es hipérbole: está todo grabado, surrealistamente.
Nuestros representantes eran comprados con maletines de
dinero para que hicieran solo lo que él quería. A nuestros periodistas les
dictaban "las noticias" que nos contarían a cambio de más maletines.
Nuestros generales recibían sus órdenes del espía que fuese declarado traidor a
la patria y cobraba cupos a narcotraficantes. Y nuestros empresarios negociaban
su apoyo al presidente a cambio de que la justicia les resultase
propicia.
Sin embargo, a nadie trató Fujimori con más desprecio que a
los más pobres. A ellos los trató con pan y el baile del "Chino", pan
y diarios chicha para los instintos más rastreros, pan y Laura Bozzo, pan y
colegios sin profesores, pan y tecnocumbia, tecnocumbia y fraude electoral;
convirtiendo al Perú en una especie de gigantesco Trampolín a la Fama (pero sin la calidez de
Ferrando), donde los pobres entregaban su dignidad a cambio de regalos.
Es decir, nos salvó, pero para pasar a envilecernos.
Por eso el fujimorismo es un excelente termómetro de nuestra falta de autoestimacomo
sociedad. No es coincidencia que sus núcleos más duros de apoyo estén en los
sectores más altos (donde muchos no creen en nuestra viabilidad como sociedad libre) y en
los más bajos (donde a tantos otros se les ha enseñado que el bienestar es algo
que decide regalarnos un todopoderoso papá-gobernante).
Por eso el fujimorismo es un excelente termómetro de nuestra falta de autoestima
Y es que hay que tener poca autoestima para contentarnos con
que nos tengan seguros y bien (o al menos, mejor) alimentados, pero sometidos,
desinformados y sin más derechos que los que nuestro "protector" nos
quiera reconocer, como
tiene al ganado su pastor. No en vano lo que el gobierno de Fujimori atacó
sistemáticamente —nuestra libertad y nuestra capacidad de pensamiento propio
(cuando buscaba comprarnos y cuando buscaba embrutecernos)—son acaso las dos
cosas que más definen nuestra dignidad de seres humanos.
Con el fujimorismo no se juegan, en el fondo, como muchos
parecen creer, solo valores abstractos como la institucionalidad o el derecho.
Se juega algo tan personal como la piel que nos
cubre y tan básico para el desarrollo como
la seguridad y el crecimiento: nuestro autorrespeto.
Publicado el 15 de abril del 2009 en El Comercio