miércoles, 15 de diciembre de 2010

Carta de Susana Villarán a FS




Esta es la carta que acaba de ser envíada desde Madrid por la vicepresidenta de Fuerza Social, Susana Villarán, a sus compañeros de partido:

Madrid, 14 de Diciembre del 2010

Amigos y amigas, compañeros y compañeras de FS:

Ante las recientes decisiones tomadas por la Dirección Nacional, como miembro de ella y estando fuera desde hace dos semanas, enteramente dedicada a tareas relacionadas con la preparación de la futura gestión en Municipalidad de Lima Metropolitana, quiero compartir con ustedes estas reflexiones:

1. En la reunión de la Dirección Nacional Ampliada del 14 de Noviembre, con la presencia de delegados provinciales y regionales que vinieron de todo el Perú, habiendo tomado acuerdos democráticamente en sus bases, se descartaron explícitamente las alianzas con partidos nacionales, y se decidió que Fuerza Social iría a las elecciones generales de abril próximo acompañado por partidos y movimientos regionales.
Sin embargo, hace unos días la Dirección Nacional , pensando supongo en lo que es mejor para Fuerza Social, decidió inscribir una alianza electoral con los partidos nacionales Movimiento Nueva Izquierda (MNI) y Partido Fonavistas del Perú (PFP), grupos que nunca fueron evaluados por los delegados nacionales y las bases del partido, por no haber sido considerados como opciones viables.
La decisión que se ha asumido contradice abiertamente a mi juicio el espíritu de apertura y transparencia propuesto acertadamente por ella misma al inicio de este proceso. La falta de explicaciones oportunas a la militancia sobre las razones que sustentan la aprobación de esta alianza, y los términos de la misma, han generado desconcierto y desazón, agravando la situación.

2. Pero junto con estos serios problemas de de procedimiento, hay en esta decisión un error de criterio político que me parece sumamente grave, que puede echar por tierra todo lo ganado por FS en los últimos años. Me acompañan en esta apreciación innumerables militantes y simpatizantes de FS que en estos días me han escrito con mucha angustia respecto del futuro de FS, así como muchos líderes de opinión que veían en FS una promesa de la política peruana, una verdadera oportunidad de construir una izquierda moderna, y que, tras la alianza lograda, la consideran más de lo mismo, ni nuevo ni diferente. El retiro del PFP tras la aparición de denuncias periodísticas gravísimas, solo confirma esta percepción y evidencia la improvisación de la decisión tomada.

3. Fuerza Social es un partido político, con instancias orgánicas y jerarquías. A lo largo de mis diez años de militancia yo he aceptado y seguido las decisiones de las mismas, sean cuales fueren las consecuencias, y a todos les consta. He puesto mi vida, mi tiempo, mi economía, mi salud como muchos otros y otras en esta construcción partidaria. Ingresé al partido hace 10 años porque quise hacer política de una manera diferente y encontré al PDS. No dudé en ingresar inmediatamente ya que quienes lo habían creado –gente de varias generaciones, por lo menos cuatro- habían luchado por la democracia y expresaban una firme apuesta por la vida, los derechos humanos, la renovación de la gestión pública y una mirada abierta al mundo. Más tarde confluimos con movimientos y partidos regionales, consolidando unos rasgos de nuestra identidad: promover la descentralización del Estado, la economía y la política. Por todo ello Fuerza Social es, sobre todo, una idea: la propuesta de una nueva forma de hacer política, diferente, basada en la transparencia, en el diálogo, y en un compromiso inquebrantable con los principios y prácticas democráticas. Es esta idea la que siempre animó nuestro compromiso y nuestra lucha. Es esta idea por la que más de un millón setecientos mil ciudadanos votaron en Lima el pasado 3 de octubre. Y es esta idea la que antecede y justifica la existencia del partido, no a la inversa.

Es esta la idea que creo se está poniendo en serio riesgo con las decisiones tomadas recientemente. No señalo a nadie pero advierto que FS va a sufrir duras consecuencias, tanto al interior, entre la militancia que siente que ni se la ha informado y escuchado en proceso, como hacia afuera, entre los miles de simpatizantes del partido, que vieron en FS la encarnación de lo nuevo, lo correcto, la promesa de un sistema político renovado. Esperemos poder revertir esta situación en la Asamblea del 18 y no pagar un precio político que afectará también la gestión de la Municipalidad de Lima Metropolitana, que es, hoy en día, aunque sé que esta idea no es compartida por todos, la principal responsabilidad política de FS.

4. Hay, sin embargo, una salida decorosa a esta lamentable situación, la cual quiero plantearles a todos ustedes, compañeras y compañeros: que la Dirección Nacional tome la decisión de dejar sin efecto esta alianza, y que re-evaluemos juntos en la Asamblea del 18 nuestras opciones de participación en las próximas elecciones nacionales. Entiendo que es una solución que puede ser costosa y dura, pero es la única manera de no perder la esencia de lo que somos, de ser consecuentes con los principios que nos mueven y que nos han llevado a darlo todo por este proyecto. Volveremos a las raíces cuantas veces sea necesario porque no estamos dispuestos a defraudar nuestros principios.

5. Quiero decir que aprecio inmensamente a Gustavo Guerra García y a varios de los miembros de la Dirección Nacional. Los he visto entregar más de lo que es posible exigir a un militante. Me han demostrado siempre coraje, claridad, solidaridad y compañerismo. Les agradezco esto y les digo que no me alienta en esta carta otro ánimo que el cariño y respeto por el partido. Nos podemos equivocar, somos humanos, reconozcamos que lo hemos hecho y rectifiquemos.

Susana Villarán de la Puente
Militante y vicepresidenta del Partido Descentralista Fuerza Social
Acaldesa electa de Lima por Fuerza Social

martes, 12 de octubre de 2010

Respuesta a Günther Grass



En la reunión del PEN Club en Nueva York, en enero de este año, Mario Vargas Llosa se refirió al papel que han desempeñado, con frecuencia de manera innoble, los intelectuales de America Latina en la lucha por la democracia. La intervención de Vargas Llosa desató las iras de Günter Grass, quien lo acusó de interpretar mal la realidad política de América y lo conminó repetidas veces a pedir disculpas por sus declaraciones sobre los cortesanos (y no “cortesanas’: como malamente tradujo Excélsior), que son algunos escritores de nuestros países. La carta de Vargas Llosa intenta poner fin a una polémica que durante meses ha ocupado las páginas de diarios españoles y alemanes. Letras Libres



Respuesta de Mario Vargas Llosa a Günther Grass

Curiosa manera de polemizar la suya, amigo Günther Grass. Cuando la universidad Menéndez y Pelayo lo invitó a que dialogáramos, en Barcelona, sobre nuestras discrepancias, rechazó la invitación. Pero ahora, en el congreso del PEN internacional, en Hamburgo, al que me fue imposible asistir, ha polemizado sin descanso conmigo, un interlocutor fantasma, que no podía responder a sus cargos ni a sus bravatas. Lo hago ahora, por escrito, con la esperanza de que esto ponga punto final a una polémica que comenzó mal y que, por lo demás, no parece haber servido de gran cosa.

En la reunión del PEN en Nueva York, en enero, sostuve que el talento literario y la brillantez intelectual no son garantía de lucidez en materias políticas y que, en América Latina, por ejemplo, un número considerable de escritores despreciaban la democracia y defendían soluciones de corte marxista-leninista para nuestros problemas. Me permití, también, una humorada. Especulé que, si se hiciera una encuesta entré nuestros intelectuales partidarios y adversarios de la democracia, acaso ganarían estos últimos. Cuando usted afirmó que era inaceptable suponer algo así, porque conocía muchos exiliados intelectuales de América Latina que eran sinceros demócratas, le contesté que enhorabuena y que albricias. Le repito ahora que nada me alegraría tanto como que usted tenga razón y que yo esté equivocado. Ojalá hubiera en América Latina una mayoría de intelectuales que haya optado de manera clara a favor del sistema democrático y en contra de las dictaduras, sean éstas de izquierda o de derecha.

Naturalmente que aquella encuesta no se puede realizar y que sólo se puede hablar de ella en términos hipotéticos. Pero mi pesimismo no es gratuito ni me anima en lo que dije el propósito de insultar a mis colegas, como usted, hablando para la galería, ha dicho en Hamburgo. En este tema, el de la realidad política de América Latina, tengo seguramente más experiencia que usted, ya que de nuestros países entiendo que sólo conoce Nicaragua, en una breve visita que, por otra parte, según ha revelado Xavier ArgüelIo en una carta a The New York Review of books, estuvo cuidadosamente planeada por el régimen para que sólo viera y oyera lo que a éste convenía.

A diferencia de lo que ha sucedido en Europa Occidental, donde, desde los años sesenta, numerosos intelectuales progresistas han hecho una profunda crítica del socialismo real y denunciado sus crímenes, en América Latina, con pocas excepciones, nuestros intelectuales siguen practicando la hemiplejía moral que consiste en condenar las iniquidades de las dictaduras militares y los atropellos que permiten a menudo las democracias, y en guardar ominoso silencio cuando quienes cometen los abusos son regímenes socialistas. Al aprobar el Congreso de los Estados Unidos la ayuda de 100 millones de dólares para los contras, me apresuré a protestar por lo que considero la intolerable agresión de un país poderoso contra la soberanía de un pequeño país, y no me cabe duda que esta protesta coincide con la de innumerables escritores desde México hasta la Argentina. ¿Cuántos de ellos estarían también dispuestos a protestar conmigo por la clausura del diario La Prensa, en Managua, medida que pone fin a todo tipo de crítica y de información no oficial en la Nicaragua Sandinista?

Porque la magnitud de las desigualdades económicas y de las injusticias sociales lo impacientan, o porque los horrores de las dictaduras militares que hemos sufrido (y que aún sufren países como Chile y Paraguay) lo exasperan, y porque la ineficiencia y la inmoralidad que suelen acompañar a nuestros gobiernos democráticos lo llevan a desesperar de una solución pacífica y gradual para los males del subdesarrollo, el intelectual progresista latinoamericano cree aún en el mito de la revolución marxista-leninista como panacea universal. Esta ilusión le ha impedido oir la denuncia sobre la realidad del Gulag de los disidentes soviéticos y sacar las conclusiones debidas sobre acontecimientos como el fin de la Primavera de Praga, las luchas de Solidaridad o la fuga de los 100.000 cubanos por el puerto de Mariel. Y, lo que es más grave todavía, impide aún a muchos de ellos reconocer que, con todas sus imperfecciones, el sistema democrático es el menos inapto para hacer frente a nuestros problemas, y, en consecuencia, apoyarlo sin medias tintas.

Como dije en Nueva York, el apego o desapego de sus intelectuales hacia la democracia no es un problema académico sino un hecho crucial del que en buena parte depende el futuro de América Latina. Democracia, como socialismo y libertad, es una palabra prostituida por el uso contradictorio y confusionista que se hace de ella. Todo el mundo se proclama democrático: Desde Moammar Gaddafi hasta el ayatola Jomeini, pasando por Kim il Sung y el general Stroessner. Pero para usted y para mí debería ser fácil establecer la línea divisoria entre los genuinos regímenes democráticos y los impostores. Ya que, a pesar de nuestras diferencias, tengo la impresión de que ambos, cuando hablamos de democracia, decimos la misma cosa y nos referimos a aquello que los marxistas-leninistas suelen caricaturizar como democracia formal.

Pues bien, si este sistema de legalidad y libertad, con elecciones, sindicatos independientes, partidos políticos y parlamentos, representativos contara en América Latina con el respaldo decidido de nuestros intelectuales progresistas, él sería menos deficiente y menos frágil de lo que actualmente es. Su fragilidad no resulta, sólo, de nuestros desequilibrios sociales y de la miseria de grandes masas humanas, o de los sabotajes que andan tramando contra él sectores militares y plutocráticos; también, de la hostilidad que merece a quienes en sus escritos y pronunciamientos han contribuido en gran parte a devaluarlo. Ése es básicamente el sentido de mi crítica: que por razones a veces nobles y a veces innobles -el temor a ser satanizado como reaccionario, por ejemplo- muchos intelectuales latinoamericanos han ayudado al colapso de nuestros experimentos democráticos.

Déjeme citarle el caso de mi país, donde el sistema democrático, que recobramos en 1980, cruje y se resquebraja a diario por obra de la violencia política. La organización que ha desatado el terror, Sendero Luminoso, no nació en una comunidad campesina ni en una fábrica, sino en una universidad, y sus fundadores no fueron obreros sino profesores y estudiantes universitarios, que, sin duda, jamás pudieron sospechar que sus insensatas justificaciones de la violencia como "partera de la historia" desembocarían en el baño de sangre que vive hoy el Perú. Los crímenes que se cometen no son, por desgracia, sólo de un lado; también de quienes deberían velar por la legalidad, como ha probado el asesinato de varias decenas de senderistas en las cárceles de Lima, durante un motín, que cometieron miembros de la Guardia Republicana, según ha denunciado el propio presidente de la República. Dentro de un contexto semejante comprenderá usted mejor, tal vez, la vehemencia con que defiendo la opción democrática para América Latina. Ella es la única posibilidad que tenemos de poner fin, o al menos atenuar, la sobrecogedora violencia que los dos extremos ideológicos están dispuestos a aplicar sin el menor escrúpulo, y la mayoría de cuyas víctimas son, siempre, seres, humildes e inocentes que ignoran -y acaso ni siquiera entenderían- las elaboraciones intelectuales de quienes creen que el fin justifica todos los medios, incluido el asesinato ciego de la población civil.

Me ha censurado usted por haber dicho que, en las sociedades comunistas, el poder ponía al escritor en el dilema trágico de ser un cortesano o un disidente. Admito que la división entre cortesanos y disidentes es esquemática y la retiro. Ella soslaya, en efecto, aquel matiz que representa un buen número de escritores que, haciendo esfuerzos admirables, se las arreglan para, sin romper con el socialismo, mantener una cierta distancia crítica hacia el régimen de su país. Cuando fui presidente del PEN internacional pude comprobar, en efecto, los riesgos que estaban dispuestos a correr muchos escritores polacos, húngaros y de Alemania Oriental para expresar sus opiniones independientes. Sé que ninguno de ellos aceptaría ser llamado disidente y sé que sería injurioso llamarlos cortesanos.

Hecha esta rectificación, vayamos al fondo del asunto. Mi crítica no iba dirigida a los escritores de los países comunistas, sino al sistema del que son víctimas. Porque lo cierto es que los regímenes marxistas-leninistas no permiten la neutralidad ideológica, y para impedirla han establecido unos métodos de censura tan perfectos como ridículos. Es una de las objeciones frontales que cabe hacer a la doctrina que nació para "encarnar" las ideas en la historia. Haber convertido el pensar y el escribir en una actividad tan aséptica y tan insulsa como lo era en las colonias hispanoamericanas en el siglo XVII, cuando nuestros poetas y pensadores, paralizados por el miedo a la Inquisición, tornaron nuestra literatura en un ritual de tópicos o de huecas acrobacias verbales.

Sé muy bien todo lo que hace el comunismo en favor de la literatura. He visto con mis ojos cómo se multiplican las bibliotecas y cómo los libros se abaratan y reeditan en ediciones masivas. Y he visto, sobre todo, cómo en los países comunistas la literatura que llega al gran público no se ha frivolizado como ocurre, por desgracia, en muchos países libres, donde el consumismo tiende a relegar la literatura de creación a auditorios minoritarios, en tanto que lo que lee el gran público suele ser una pseudo literatura conformista y adocenada. Pero ser lúcido a este respecto no debe cerrarnos los ojos sobre la otra evidencia: la más imperfecta democracia concede al escritor una libertad mayor que la sociedad socialista menos rígida (digamos, hoy, Hungría).

El precio que pagan por su independencia frente al poder los escritores de países comunistas, usted lo conoce: Desde la muerte civil que significa ser expulsado de las asociaciones gremiales, que son las que confieren categoría de escritor y todas las ventajas consiguientes a ella, hasta ver cerradas las publicaciones y las imprentas para sus trabajos y negados los permisos para salir al extranjero o para regresar al país luego de un viaje y ser convertido por lo tanto, sin quererlo, en un “disidente” del socialismo. En tanto que el escritor ofícial, que hace suyas las verdades del poder y acepta ser su publicista, recibe toda clase de prebendas y privilegios, el que quiere preservar su independencia debe hacer frente a multiples acosos y chantajes: a veces la cárcel, a veces la catacumba o el limbo, y a veces -lo peor que le puede ocurrir a un escritor- renunciar a escribir.

Con este telón de fondo quiero situar aquella respuesta mía en Nueva York, a la pregunta de un escritor sudafricano, en la que dije lamentar que García Márquez hubiera aceptado ser un “cortesano” de Fidel Castro. Hasta en tres ocasiones me conmino usted en Hamburgo a pedir disculpas por aquellas frase, so pena -según los cables- de dejar de ser para usted “un interlocutor válido”. (Estas son las bravatas suyas a las que me referí al principio.)

No voy a retirar esa frase. Se que ella es dura pero estoy convencido que expresa una verdad. Dije también algo igualmente severo, hace algunos años, cuando supe que Borges
-un escritor al que tengo como uno de los más originales e inteligentes que haya producido nuestra lengua- había aceptado una condecoración del general Pinochet. Tener un gran talento literario no me parece un atenuante sino un agravante en estos casos. Simplemente no entiendo qué puede llevar a un escritor como García Márquez a conducirse como lo hace con el regimen cubano. Porque su adhesion va más allá de la solidaridad ideológica y asume a menudo las formas de la beatería religiosa o de la adulación. Que un escritor inciense como él lo hace al caudillo de un régimen que mantiene muchos presos políticos -entre ellos varios escritores-, que practica una estríctísima censura intelectual, no tolera la menor crítica y ha obligado a exiliarse a decenas de intelectuales, es algo que, como decimos en español, me hace sentir vergüenza ajena. Y también me alarma, pues poniendo su prestigio al servicio incondicional de Fidel Castro, García Marquez confunde a mucha gente en América Latina sobre la verdadera naturaleza de su régimen.

Probablemente admiro la obra literaria de García Marquez tanto como usted. Y, acaso, la conozco mejor, pues dedique dos años a estudiarla y escribí sobre ella. El y yo fuimos muy amigos; luego, nos distanciamos y las diferencias políticas han ido abriendo un abismoentre nosotros en todos estos años. Pero nada de eso me impide gozar con la buena prosa que escribe y con la imaginación fosforecente que despliega en sus historias. Porque reconozco en él un talento literario poco común, no puedo comprender que, tratándose de Cuba, haya renunciado a toda forma de discriminación moral y de independencia crítica asumiendo resueltamente un papel que me parece indigno de él: el de propagandista.

No sé si usted y yo nos volveremos a ver. Me temo que esta polémica dificulte el que alguna vez seamos amigos. Créame que lo siento. No sólo por el respeto intelectual que me merecen sus libros, sino porque, a juzgar por lo que ha sido su actuación política en su país, creía que ambos librábamos la misma batalla. Pensar que me equivoqué me deja un deprimente sabor a ceniza en los labios.

Londres, 28 de junio de 1986.

Mario Vargas Llosa

lunes, 11 de octubre de 2010

Carta de Cortazar a Vargas Llosa

Carta de Julio Cortazar a Mario Vargas Llosa luego de leer "La casa verde", antes de que esta novela fuera publicada.


Ginebra, 18 de agosto de 1965

Querido Mario:

A esta máquina le faltan todos los acentos; los iré poniendo a mano cuando relea esta carta, pero perdonarás que se me salten algunos. Por paquete certificado te devuelvo la novela, y espero que recibas las dos cosas sin demora. He dejado pasar una semana después de la lectura de tu libro, porque no quería escribirte bajo el arrebato de entusiasmo que me provocó La casa verde. Y sin embargo, ahora que voy a decirte algunas cosas sin pensarlas demasiado, dejando que la máquina vuele casi a su gusto, siento que el entusiasmo no solamente no ha disminuido sino que se ha afirmado, se ha vuelto ya eso que todo novelista quiere para su obra: recuerdo, memoria segura y firme. Quisiera decirte, ante todo, que una de las horas más gratas que me reserva el futuro será la relectura de tu libro cuando esté impreso, cuando no haya que luchar con esa “a” partida en dos que tiene tu condenada máquina (tírala a la calle desde el piso 14, hará un ruido extraordinario, y Patricia se divertirá mucho, y a la mañana siguiente encontrarás todos los pedacitos en la calle y será estupendo, sin contar la estupefacción de los vecinos, puesto que en Francia las-máquinas-de-escribir-no-se-tiran-por-la-ventana).

Sí, leer tu libro impreso va a ser una gran maravilla, porque volveré a vivir el largo viaje de Fushía y Aquilino, que me parece la viga maestra del edificio, o mejor, el hilo conductor de todo el tapiz, como en los diagramas geográficos la línea del nivel del mar parece regir todas las curvas ascendentes y descendentes, las montañas y las fosas submarinas. Y volveré a encontrarme con Bonifacia y con Lituma, con Nieves y con Lalita, para mí los personajes más vivos y logrados de la novela después de Fushía, o junto con él. Fíjate que así, soltándote unas primeras impresiones casi pasionales, te estoy dando ya una opinión sobre el libro; pero me parece necesario decirte, antes de seguir, alguna cosa sobre la totalidad del libro. Bueno, Mario Vargas Llosa. Ahora te voy a decir toda la verdad: empecé a leer tu novela muerto de miedo. Porque tanto había admirado La ciudad y los perros (que secretamente sigue siendo para mí Los impostores), que tenía un casi inconfesado temor de que tu segunda novela me pareciera inferior, y que llegara la hora de tener que decírtelo (pues te lo hubiera dicho, creo que nos conocemos). A las diez páginas encendí un cigarrillo, me recosté a gusto en el sillón, y todo el miedo se me fue de golpe, y lo reemplazó de nuevo esa misma sensación de maravilla que me había causado mi primer encuentro con Alberto, con el Jaguar, con Gamboa. A la altura de los primeros diálogos de Bonifacia con las monjitas ya estaba yo totalmente dominado por tu enorme capacidad narrativa, por eso que tenés y que te hace diferente y mejor que todos los otros novelistas latinoamericanos vivientes; por esa fuerza y ese lujo novelesco y ese dominio de la materia que inmediatamente pone a cualquier lector sensible en un estado muy próximo a la hipnosis (y eso no significa pérdida de lucidez, sino paso a otra forma de lucidez, que es el milagro de toda gran novela, de un Lowry o un Joyce Cary o un Dostoievski, y no te pongas colorado, peruanito, que yo no elogio así nomás a nadie, aunque sea un amigo muy querido).

A todo esto Aurora se había apoderado del primer cuadernillo, y me seguía de cerca, de modo que terminamos casi al mismo tiempo el libro y pudimos hablar mucho y criticar todo lo que encontrábamos criticable, y controlarnos mutuamente para evitar las ingenuidades o los entusiasmos excesivos o momentáneos. Para mí fue una gran alegría que mi mujer sintiera exactamente lo mismo que yo, porque es una crítica severa y tiene sobre mí la ventaja de que es más desapasionada y toma sus distancias y juzga objetivamente. Cuando sentí que ella reaccionaba igual que yo, las pocas dudas que pudieran haberme quedado sobre mi primera impresión se disiparon totalmente. Hoy, a muchos días ya de la lectura, seguimos hablando con el mismo tono del primer día. Has escrito una gran novela, un libro extraordinariamente difícil y arriesgado, y has salido adelante por todo lo alto, como diría alguno de nuestros compañeros españoles. Me río perversamente al pensar en nuestras discusiones sobre Alejo Carpentier, a quien defiendes con tanto encarnizamiento. Pero hombre, cuando salga tu libro, El siglo de las luces quedará automáticamente situado en eso que yo te dije para tu escándalo, en el rincón de los trastos anacrónicos, de los brillantes ejercicios de estilo. Vos sos América, la tuya es la verdadera luz americana, su verdadero drama, y también su esperanza en la medida en que es capaz de haberte hecho lo que sos.

Quizá te moleste este tono un poco exaltado. De acuerdo, bajaré el registro y te hablaré profesionalmente, sin olvidar las críticas que se me ocurren y sobre las que volveremos a hablar cuando nos veamos. Pero como también me ocurre que la novela me interesa profesionalmente, hay algo que tengo que decirte de entrada y sin el menor regateo: en el plano técnico, La casa verde es maravillosa. Yo no sé si alguien ha empleado ya el recurso que utilizas de los flashbacks incorporados a la acción en presente; no recuerdo ningún ejemplo, y pienso que lo has inventado. Cuando lo advertí por primera vez (Fushía y Aquilino hablan en la barca, Aquilino quiere saber cómo se evadió Fushía de la cárcel, y ahí nomás sigue un diálogo entre Fushía y sus compañeros de evasión, para volver después a renglón seguido al diálogo en presente, y otra vez atrás) sentí una impresión casi vertiginosa. Comprendí que conseguías un téléscopage del tiempo y el espacio, que le ahorrabas al lector un montón de ideas y situaciones intermedias, que tocabas lo esencial de lo narrativo, esa elección de lo realmente significativo y necesario, que a su manera todo gran novelista logra. A ese primer acierto técnico, que me sigue pareciendo cada vez más extraordinario, se suman muchos otros análogos; la irritante, a veces exasperante ambigüedad de los planos del tiempo, que exige del lector una atención vigilante, los episodios que coexisten en un solo momento del relato por el hecho de que hay una relación analógica entre ellos y es natural que los acerques (es natural, pero había que hacerlo, y es difícil, como en el relato paralelo de la muerte de Toñita y del aborto de Bonifacia). Es curioso, pero cuando iba llegando al final del libro, antes del epílogo, tuve una sensación que pocas veces he tenido al leer novelas; la de que había como una complejísima estructura musical, en el sentido en que un poema sinfónico supone temas entretejidos de una manera que el oído, que los percibe consecutivamente, puede sin embargo lograr gracias a la distribución, a los timbres, a los desarrollos y los leit-motivs, algo como una estructura simultánea, un enorme pedazo de música petrificada en la que todo lo que fluía se organiza en un inmenso tapiz suspendido delante de los ojos –del oído, si quieres– como una vivencia total y simultánea. No sé explicarme mejor, pero pienso que mientras hilvanabas los temas, los subtemas, las infinitas recurrencias y resonancias de la novela, entraste sabiéndolo o no en una dimensión musical. No lo entiendas a la manera de una influencia, por supuesto (creo que no eres demasiado melómano), sino de una analogía “estructural”. Yo, que soy melómano incurable, no encuentro otra manera de decirte hasta qué punto la trama de tu libro me parece una especie de potenciación, de proyección hacia ese plano de la arquitectura sonora, sin la cual ninguna obra humana (plástica, literaria o poética) puede superar sus limitaciones. En todo caso, desde el punto de vista de la armazón narrativa, tu libro es uno de los más complejos y más incitantes que he leído en muchos años.

Te prometí las críticas, y paso a ellas para no seguir elogiando de una manera que pueda parecerte indiscriminada. La primera observación viene de Aurora, y yo la comparto. No nos gusta el título del libro. Es pintoresco, y muy por debajo de todo lo que ocurre. Ya sé que un título es cosa difícil, pero trata de imaginar otro. Me gustaría sugerirte alguno, pero no se me ocurre nada. Y ahora, pasando a los personajes, quizá te sorprenda que, para mí, Anselmo no está logrado. Digo que quizá te sorprenda porque en algún sentido debe ser para vos el eje mismo del libro, sin contar que el epílogo está centrado en torno a él. Pues bien, no he logrado “vivir” a Anselmo. Así como Lituma chorrea vida, y Bonifacia, y Fushía, y los inconquistables en pleno, y Lalita, me ocurre que a Anselmo lo veo... literariamente. No entiendo demasiado su llegada, la fundación del prostíbulo, su decadencia, me fastidia un poco cuando está viejo y trabaja para su hija, no llega a emocionarme su amor por la ciega ni su muerte. Me pregunto por qué, y quizá cuando vuelva a leer el libro lo descubra.

En líneas generales siento como si la segunda parte de la novela estuviera algo por debajo de la primera, pero es que hay una tal variedad y una tal fuerza en todo lo que ocurre al principio y hasta la mitad, que uno queda un poco como un perro apaleado y puede ser que entonces influya alguna fatiga hasta física. No te preocupes por esta observación, que puede ser demasiado subjetiva. Pienso también (hice una nota para indicarte el lugar exacto, pero la he perdido) que algunas referencias “explicativas” están completamente de más, a menos que sean irónicas y se me haya escapado la intención. Me refiero a una parte donde das algunos datos geográficos sobre el Marañón (u otro río, pero creo que es el Marañón), y lo haces en uno o dos párrafos que parecen intercalados didácticamente, y que me molestan por eso. Precisamente lo estupendo del libro (ayer se lo decía a Deustua) es que la descripción de la naturaleza, que es fundamental en la novela, está de tal manera fusionada con la acción, que jamás se da uno cuenta de que tú le estás mostrando al lector cómo es un claro del bosque, una curva del río, una calle de la ciudad. Hay una sola atmósfera en que todo ocurre simultáneamente, escenarios y acciones, y eso es de lo más difícil y te lo digo por amarga experiencia personal. El clima general del libro (sequedad y arena y viento, o calor húmedo y alimañas y pantanos) surge con una fuerza tremenda, y alguna vez que me he detenido a analizar un par de páginas para ver cuál era la acumulación de detalles que provocaba esa fuerza, he visto lo que te digo más arriba, es decir, que te basta contar a tu manera para que todo se dé en una misma instancia narrativa, sin esa separación escolar entre “descripción” y “acción” que es propia del novelista común.

Hablando de descripción, se me ocurre que así como en la edición de La ciudad y los perros Seix Barral incluyó la foto del Leoncito Prado, estaría muy bien que en La casa verde hubiera un mapa. Los no peruanos tendríamos un gran placer en ubicar mejor el escenario general del libro, y creo –es una idea de Aurora, que como ves colabora bastante en esta carta– que si la cubierta del libro fuera un gran mapa de toda la Amazonía (abarcando el lomo y la contratapa), en esa forma se eliminaría lo que tiene de pedante o “científico” un mapa en el interior del libro, y a la vez el lector se daría el gusto de situar a Iquitos o de imaginar la barca de Aquilino en algún tramo del río. A esto te agrego que un pequeño glosario no sería inútil; las diversas tribus indígenas, y unas cincuenta palabras-clave del libro, merecerían una explicación. Uno las va comprendiendo por el contexto, pero comprenderás que los no peruanos estamos a veces un poco perdidos. Silabario puta, soldado carajo, che. Chuncha de la madre, calato, gamitana o zúngaro, silabario jodido, che Mario.

Última cosa: Creo que nunca le das su verdadero nombre al Pesado, pero al final, cuando se ha casado con Lalita, le das su apellido y el lector se queda desconcertado hasta que lo reconoce. O le suprimís el apellido (creo que sería lo mejor, porque uno ya es amigo del Pesado, y no tiene otro nombre que ése) o se lo das un par de veces al comienzo para que no sorprenda al final.

Bueno, yo creo que por esta vez ya está bien. Espero no haberte aburrido demasiado, pero cuando nos encontremos (alguien susurra que venís a Ginebra en estos días, y sería estupendo, porque nosotros estaremos hasta el 27 y podríamos quizá encontrarnos todavía) volveremos a hablar mucho de tu libro. Te agradezco que me lo hayas confiado así, en manuscrito; me permití prestárselo a Raúl, que lo había leído sólo en parte y quería terminarlo. Otros me lo pidieron (Girbau, por ejemplo), pero me negué, porque no me sentía autorizado a hacerlo.

Perdóname la improvisación de esta carta, dale un beso a Patricia de parte de Aurora y de mí, y un gran abrazo de este hermano tuyo que se siente tan feliz de haberte escrito esta carta,

Julio [Cortázar]


[P. S.] Oleriny me manda una postal, y dice que no le has mandado el libro. Me pide que “pierda dos palabras en su favor”. En checo, supongo que quiere decir que te recuerde que le gustaría recibir la novela. No tengo aquí la dirección de Chermak en Praga. ¿Podrías hacerle llegar las líneas que te envío adjuntas? Muchísimas gracias.

sábado, 7 de agosto de 2010

Dennis Jett: EE.UU. espera llegar a un nivel de justicia igual al del Perú en el Caso Fujimori

Dennis Jett, Embajador de Estados Unidos en el Perú 1996-1999

El ex embajador de los Estados Unidos, Dennis Jett, dijo esperar que su país llegue a un nivel de justicia igual al que se implementó en el proceso que se le siguió a Alberto Fujimori, a propósito del debate iniciado en Norteamérica, sobre la necesidad de iniciar un proceso legal contra quienes aplicaron mecanismos de tortura en ciertos programas antiterroristas de la administración de George Bush.

“(La sentencia de 25 años impuesta a Alberto Fujimori) es muy importante para el Perú, América Latina, y el mundo. Creo que la justicia y el Estado de Derecho, que existe hoy en el Perú, es un ejemplo para todo el mundo. Estamos en un debate en Estados Unidos sobre el uso de la tortura en la guerra contraterrorista y si debe haber un procedimiento jurídico contra funcionarios de la administración Bush. Creo que el ejemplo de lo que pasó con Fujimori en el Perú es un ejemplo para nosotros y esperemos que podamos llegar a un nivel de justicia igual a lo que ha pasado en el Perú”, manifestó en el programa “No Hay Derecho” de Ideeleradio.

El fin de semana último, una coalición de organizaciones estadounidenses presentó más de 250 mil firmas al fiscal general, Eric Holder, para que se designe a un fiscal especial que investigue los interrogatorios realizados durante la pasada administración gubernamental, los mismos que incluían golpes, privación del sueño, sometimiento a posturas físicas dolorosas, la manipulación de la alimentación y el "ahogamiento simulado".

Fujimori era un microgerente
Resaltó, asimismo, el procedimiento que desarrolló la Sala Penal Especial de la Corte Suprema, presidida por el vocal César San Martín y calificó a Alberto Fujimori, como una suerte de “microgerente” que estaba al tanto de todo lo que ocurría en el Perú.

“Creo que el proceso ha sido ejemplar, es un sistema diferente del nuestro. (En el Perú existe lo que) es un panel de tres jueces y aquí en los Estados Unidos tenemos un procedimiento por jurado. Creo que después de tantos meses y tantos testigos y evidencias no cabe duda de que fue un proceso muy serio y espero que todos vean el fallo con gusto, en término de proceso”, expresó.

“Yo siempre tenía la impresión de que Fujimori era encargado de su gobierno, que sus asesores eran muy pocos. Realmente él y su círculo íntimo eran como si fuera una persona y media. Uno era Fujimori mismo, porque tenía confianza en la sabiduría de su propio juicio y de vez en cuando estaba Montesinos como asesor, pero no todo el tiempo. Su estilo de gobernar para mí era donde él tomaba la decisión, escuchaba a sus asesores, pero él era como un microgerente, él estaba al tanto de los detalles de las decisiones, especialmente a algunos sectores con respecto a seguridad y defensa. Él estaba al tanto y tomaba las decisiones”, apuntó.

Caso “Chavín de Huántar”
El ex embajador en el Perú entre 1996 y 1999, también, se mostró a favor de que se investigue las presuntas ejecuciones extrajudiciales que se habrían perpetrado al término del operativo de rescate “Chavín de Huántar” (1997). No obstante, consideró que los procesos no deben dilatarse tanto.

“En la Operación Chavín de Huántar el presidente Fujimori estaba encargado de todo, él sabía de los detalles de la operación militar, cuando un grupo de 14 terroristas secuestraron y tomaron como rehenes a centenares de personas, y redujeron el número hasta 72 por 126 días en la residencia del embajador (de Japón). Eso es algo diferente a lo que ocurrió en La Cantuta donde fue un hecho puramente extrajudicial”, indicó.

“Vale la pena investigar (la extrajudicial), en cualquier incidente hay una versión y otra versión, de manera que se debe investigar para asegurarse de que no hubo una ejecución extrajudicial, pero hay que terminar con el proceso y llegar a una conclusión. No es justo tener acusaciones sin conclusiones, pero a veces cuando hay una operación de rescate la idea es salvar la vida de los rehenes y eliminar a los terroristas. No hay tiempo para demorar, hay que eliminarlos; después del operativo, puede ser otra cosa. No es como el caso La Cantuta donde eran inocentes”, acotó.

Lucha contra el narcoterrorismo
En otro momento, el ex diplomático se refirió a la alianza que existe entre el narcotráfico y el terrorismo en la zona del Valle del Río Apurímac y Ene (VRAE), área en donde perdieron la vida militares y policías que combaten este flagelo.

Comentó que esa relación es una evidencia de que los terroristas no tienen programas políticos, sino que son criminales involucrados en el narcotráfico para apoyar las operaciones del tráfico de estupefacientes.

“No sé si vamos a ver un cambio de política de la administración de (Barack) Obama, tal vez sería más énfasis en la asistencia al desarrollo alternativo. Y tal vez (desde) aquí en los Estados Unidos nosotros, (que) somos el mercado para las drogas, hay que tratar de que los programas (antidrogas) vayan desde la selva (del Perú) hasta el consumo en las calles de los Estados Unidos”, afirmó

“Entonces espero que tengamos más programas de tratamiento, tenemos encarcelados miles y miles de personas por el uso de drogas, pero creo que lo mejor sería tener programas de tratamiento para convencer a las personas que no usen las drogas. Tenemos responsabilidad en los Estados Unidos, para intentar cambiar el tema del uso de las drogas y asistir a los países como Perú que son tan afectados por la producción de la droga”, concluyó.

Publicado el 27/4/2009 en el Blog de Ideeleradio

martes, 27 de julio de 2010

TODO ESTO ES MI PAÍS

Poema de Sebastián Salazar Bondy






















Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión, un triste piélago, un incansable manantial
de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras,
de muchedumbres quejumbrosas y altas sombras heladas;
mi país es un corazón clavado a martillazos,

Un bosque impenetrable donde la luz se precipita
desde las copas de los árboles y las montañas inertes;
mi país es una espuma, un aire, un torrente, un declive florido,
un jardín metálico, longevo, hirviente, que vibra
bajo soles eternos que densos nubarrones atormentan;

Mi país es una fiesta de ebrios, un fragor de batalla, un guerra civil,
un silencioso páramo cuyos frutos son jugosos,
un banquete de hambres, un templo de ceremonias crueles,
un plato vacío tendido hacia la nada,
un parque con niños, con guitarras, con fuegos,
un crepúsculo infinito, una habitación abandonada, un angustiado grito
un vado apacible en el cual se celebra la vida;
mi país es un sepulcro en medio de la primavera,
una extraña silueta que abruma con su brillo la soledad,
un anciano que camina lentamente, un ácido que horada los ojos,
un estrépito que apaga todas las músicas terrenales,
un alud de placeres, un relámpago destructor, un arrepentimiento sin culpa

Un sueño de oro, un despertar de cieno, una vigilia torva,
un día de pesar y otro de risa que la memoria confunde,
un tejido de lujo, una desnudez impúdica, una impaciente eternidad;
mi país es un recuerdo y una premonición, un pasado inexorable
y un porvenir de olas, resurrecciones, caídas y festines;
mi país es mi temor, tu ira, la voracidad de aquel,
la miseria del otro, la defección de muchos, la saciedad de unos cuantos,
las cadenas y la libertad, el horror y la esperanza, el infortunio y la victoria,
la sangre que fluye por las calles hasta chocar con el horizonte
y de ahí retorna como una resaca sin fin;

Mi país es la mujer que amo y el amigo que abrazo tan solo por amigo,
el extraño que te sorprende con su odio y el que te da la mano porque quiere;
mi país es la ventana por la que miro la tarde,
la tarde que cae con sus ramas de melancolía en mi pecho,
y el agua matinal con que limpio mis pupilas de imágenes sucias,
el aire que respiro al salir de mi casa cada día,
y la gente que se precipita conmigo a los quehaceres sin sentido,
el trabajo, la fatiga, la enfermedad, la locura, el pensamiento,
la prisa, la desconfianza, el ocio, el café, los libros, las maldiciones;
mi país es la generosa mesa de mi casa y los rostros familiares
donde contemplo la marea incansable de mi dicha,
el cigarrillo que consumo como una fe que se renueva
y el perro cuya piel es cálida como su amistad;

Mi país son los mendigos y los ricos, el alcohol y la sed,
la aventura de existir y el orden en que elijo mis sacrificios;
mi país es cárcel, hospital, hotel, y almacén, hogar, arsenal;
mi país es hacienda, sembrío, cosecha;
mi país es escasez, sequía e inundación;
mi país es terremoto, lluvia, huracán;
mi país es vegetal, mineral, animal;
mi país es flexible, rígido, fluido;
mi país es líquido, sólido inestable;
mi país es republicano, aristocrático, perpetuo;
mi país es cuna, tumba, lecho nupcial;
mi país es indio, blanco, mestizo;
mi país es dorado, opaco, luminoso;
mi país es negro, amarillo cobrizo;
mi país es amable, hosco, indiferente;
mi país es azúcar, tungsteno, algodón;
mi país es plata, nieve, arena;
mi país es rudo y delicado, débil y vigoroso, angelical y demoníaco;
mi país es torpe y perfecto;
mi país es enorme y pequeño;
mi país es claro y oscuro;
mi país es cierto e ilusorio;
mi país es agresivo y pacífico;
mi país es campana,
mi país es torre,
mi país es isla,
mi país es arca,
mi país es luto,
mi país es escándalo,
mi país es desesperación,
es crisis, escuela, redención, ímpetu, crimen,
y lumbre, choque cataclismo,
y llaga, renunciación, aurora,
y gloria, fracaso, olvido;

Mi país es tuyo
mi país es mío,
mi país es de todos,
mi país es de nadie, no nos pertenece, es nuestro, nos lo quitan,
tómalo, átalo, estréchalo contra tu pecho, clávatelo como un puñal,
que te devore, hazlo sufrir, castígalo y bésalo en la frente,
como a un hijo, como a un padre, como a alguien cansado que acaba de nacer,
porque mi país es,
simple, pura, infinitamente es,
y el amor canta y llora, ahora lo comprendo, cuando ha alcanzado lo imposible.

lunes, 26 de julio de 2010

David Simon: «La gente que lleva los periódicos ya no respeta su propio producto»

David Simon, periodista (Entrevista tomada de aquí)


Por Pedro de Alzaga

David Simon (Washington DC, EEUU, 1960) habla sobre periodismo con el cariño, la vehemencia y la claridad de quien ama profundamente esta profesión. De quien nunca ha dejado de sentirse como aquel reportero que durante años pateó las comisarías de Baltimore (Maryland, EEUU) en busca de historias que alguien siempre prefería mantener ocultas.

Curiosamente, su relato más famoso de la realidad lo hizo desde la ficción, años después de dejar el diario The Baltimore Sun. La serie de televisión The Wire (HBO), de la que es creador, guionista y productor, alcanzó el reconocimiento mundial por contar una historia local de corrupción, drogas y periodismo en la que subyacen elementos tan intemporales como universales.

Pero su paso por la televisión no le ha hecho olvidar la prensa. En su artículo Construyan el muro, Simon hace un llamamiento desesperado a los principales editores de Estados Unidos para que empiecen a cobrar por sus periódicos en la red, como único medio de salvar las redacciones. Y habla sobre la industria de la información sin sentimentalismos, sin concesiones al drama y sin miedo, como quien escribe una buena crónica de sucesos en la que la víctima no son los periodistas sino el periodismo.

A usted le gusta decir que ‘The Wire’ se parece a una tragedia griega. ¿A qué se parece la crisis de los periódicos?

[Risas] La idea de tragedia griega podría extenderse también a los periódicos. Los dioses malévolos podrían ser Wall Street o los inversores de capital. En mi país, y creo que es así en todo el mundo, los periódicos empezaron a destriparse mucho antes de que apareciera Internet. Yo dejé The Baltimore Sun con otros reporteros en la tercera ronda de recortes de este periódico, en 1995, antes de que la Red supusiera una amenaza. A alguien en Wall Street se le ocurrió que podía hacerse más dinero publicando periódicos malos que publicando periódicos buenos, así que recortaron costes, redujeron la redacción y cubrieron menos asuntos para tener más beneficios. E hicieron esto en casi todos los periódicos del país, salvo tal vez en The New York Times y en The Washington Post. Cuando llegó la Red, los periódicos estaban tan destripados que no pudieron ni protestar y empezaron a regalar su producto, lo que supuso un error terrible. En una tragedia griega, el fallo suele residir en el protagonista, quien acarrea un defecto inherente exacerbado por los sucesos o por los dioses. Creo que esto bien vale para los periódicos y no es una mala analogía la que usted sugiere.

¿Por qué cree que su artículo ‘Build the wall’ levantó tantas críticas en Internet?

Porque muchos viven en la falsa ilusión de que pueden reemplazar el periodismo. Y es muy arriesgado creerse que el periodismo amateur es mejor que el que hacen los profesionales. Creo que están muy involucrados emocionalmente en la idea de hacer el trabajo de los periodistas. Y es gracioso, porque cuando expresan su enfado suelen acabar con un “Usted no sabe de Internet”. Y mi respuesta suele ser: “Usted no sabe de periodismo”. El periodismo, cuando se practica adecuadamente, es un acto increiblemente delicado, ético y exigente de tiempo que requiere conocer un asunto, mantener las fuentes, saber qué usar y qué no usar de estas fuentes, volver cada día para saber qué es nuevo y relevante en la institución que estás cubriendo y escribir de un modo sofisticado que a la larga desvele cosas complicadas sobre esa institución. Es algo que no puede hacerse desde el cuarto de estar, sino desde la calle y con llamadas telefónicas. La mejor gente que he conocido lo hacía, y cubría las instituciones durante ocho, nueve o diez años. En los periódicos de hoy en día, los reporteros con 10, 15 o 20 años de experiencia se han ido y no confío en que vayamos a descubrir lo que deberíamos descubrir en el ayuntamiento, en el departamento de policía o en el sistema escolar porque el reportero de 24 años que lo cubre lleva sólo seis meses.

La industria de los periódicos se ha despreciado a sí misma y a su producto, e Internet ha reconocido ese desprecio y lo ha duplicado. De vez en cuando, alguien con un interés especial en un determinado asunto destaca algo que llama la atención de los medios que lo cubren. Pero la idea de que un puñado de blogueros independientes pueda preocupar a un alcalde, a un comisario de policía o al administrador de una escuela… Mire, los periódicos eran poderosos porque llegaban a un cuarto de millón de puertas al día de siguiente, y esto importaba mucho a la gente que cubrían. Era algo por lo que había que sentir miedo, y no pena, pero ya no es así. ¿Qué jefe de policía se va a preocupar de lo que diga un bloguero?

Estoy muy contento con la democratización que ha traido Internet. Y por la opinión que ha traido, pues la Red es magnífica para la opinión. Pero para el periodismo de primera línea es una broma.

Pero ¿por qué un lector entiende el valor de una llamada de teléfono y no de un artículo? ¿De quién es el fallo: de los periodistas, de los lectores…?

El fallo está en todos, pero yo culpo especialmente a los capitanes de la industria de los periódicos. Cuando llegó el momento crítico, confundieron Internet con un soporte publicitario más, cuando de hecho era el sistema de distribución del futuro. Siempre se ha pagado por el periódico. A veces estaba subsidiado por la publicidad, que aportaba la principal fuente de ingresos, pero ¿quién recibía gratuitamente un periódico en la puerta de su casa? Todo el mundo pagaba por él. En Baltimore se paga 15 dólares a la semana y 4 más por la edición del domingo. ¿Qué loco, aparte de los editores de prensa, pensó que podía regalar su producto en Internet y la gente seguiría comprando el periódico? Es tan cósmicamente estúpido que sólo inspiró a los que pensaban así. Todos los periódicos de Estados Unidos se apuntaron a esta cabalgada y abrieron la puerta de la cuadra al caballo. Ahora se necesitaría un acto singular de coraje para meterlo de vuelta en la cuadra y decir “No, cuesta dinero mandar periodistas a Faluya, Berlín, Londres, Washington y Madrid. Cuesta dinero cubrir el mundo, y necesitamos una fuente de ingresos, necesitamos cobrar por ello”.

Otro asunto es que su visión de la industria de los periódicos parece paralizada por su pasado. En los últimos 40 ó 50 años, nadie hizo dinero con la distribución. Cuesta demasiado hacer llegar el periódico hasta la puerta de casa: cortar el árbol, imprimir las noticias, pagar las imprentas, pagar a los impresores, pagar los camiones, pagar la gasolina…Perdían dinero distribuyendo el periódico. Así que durante mucho tiempo nadie consideró la distribución como una fuente de ingresos posible para el periodismo, y sólo se preocuparon de la publicidad. Pero Internet es muy distinta, no tiene costes de distribución y si consiguieras que alguien te pagara sólo la mitad de lo que cuesta hacer llegar el periódico a la puerta de casa, todo eso sería puro beneficio. Pero estos chicos no pudieron verlo porque desde hace medio siglo la distribución no ha sido otra cosa que un coste. Estaban tan concentrados en la publicidad que no pudieron ver el futuro.

Los periódicos pueden resolver esto. Nuevos sitios web que surjan en las ciudades para cubrir lo que hasta ahora no se ha cubierto, de manera modesta, y también grandes periódicos. Digamos que si quieres saber lo sucede en Baltimore, Filadelfia o San Luis, puedes pagar unos dólares al mes y eso sufragará la plantilla de reporteros y camarógrafos. Está empezando, será muy lento y el principal daño es que han perdido la oportunidad cuando estaban mejor preparados para hacerlo.

¿Cómo puede un periódico nuevo sobrevivir en este escenario de pago?, ¿puede cobrar por sus noticias?

No estoy familiarizado con la dinámica de España, así que usted deberá hacer la analogía adecuada, pero en mi país, The Washington Post y The New York Times son las empresas informativas predominantes. Les siguen Los Angeles Times y The Wall Street Journal, a pocos pasos. En esos cuatro periódicos está casi toda la cobertura nacional e internacional.

Si todos ellos, sobre todo los dos primeros, decidieran que a partir del 1 de septiembre cobrarían por la edición digital y dijeran: “Puedes tener el periódico en casa o puedes tenerlo en la red por la mitad de precio, pero si no pagas por ello, no lo tendrás gratis. Y tampoco lo tendrá AP ni Reuters ni ninguna otra agencia” eso cambiaría las cosas. “El periodismo de The New York Times es esencial todavía y no puede ser replicado por internet, así que vamos a cobrar por él”. Si el Times y el Post lo hicieran, eso salvaría el periodismo. Si además el Baltimore Sun perteneciera la cadena de periódicos de The New York Times, podría decir: “Vamos a dar toda la cobertura local, de negocios, de deportes… y además, como miembros del consorcio, la cobertura nacional e internacional”, podrían cobrar también y esto salvaría la industria. Pero esto requeriría una postura de fuerza por parte del Times y el Post.

Algunos modelos apuntan a un periodismo financiado por la filantropía o incluso por el dinero público. ¿Qué piensa de ellos?

Me encantaría verlo, pues creo en el periodismo sin ánimo de lucro. Hay muchos sitios web que cubren zonas regionales y contratan periodistas profesionales, mesas de redacción, editores… pero a mí no me importa conservar los periódicos per se. Veo la imprenta como un anacronismo y llevar el periódico a las puertas de las casas debería formar parte del pasado. Internet es el sistema de distribución del futuro.

En lo que yo creo es en la redacción. Los blogs no tienen redacción, sino individuos. A veces intentan ser muy rigurosos con la información que publican, pero no están en una habitación con otras personas que evalúan su trabajo. Las mejores decisiones que yo he visto en el periodismo tenían que ver con las historias que alguien decidió no publicar, porque estaban mal fundamentadas o mal cubiertas. La redacción no sólo promueve el buen periodismo, por medio de editores experimentados que pueden enfocar tu trabajo mejor de lo que lo haría un solo individuo, sino también impide que alguien publique algo estúpido o malo. Es algo que sucede todos los días en las redacciones en las que yo crecí, y que no sucede en Internet.

Creo en la conservación de las redacciones y creo que la filantropía podría mantenerlas, pues lo único que debería financiarse es la plantilla. Ya no hay que pagar por las rotativas, los camiones o la gasolina, sólo hay que pagar a los reporteros y editores que trabajan en una habitación para cubrir una ciudad. Será más difícil conseguirlo mientras los dinosaurios, los periódicos medio vacíos, todavía existan, pero creo en ello.

Creo en ello, igual que no creo en Wall Street ni en que hayan aprendido una sola lección sobre lo que han hecho no sólo a los periódicos sino a un montón de industrias en aras de la consecución de un beneficio a corto plazo a costa de la salud a largo plazo. Las estructuras financieras de mi país han destruido cualquier cosa a cambio de un buen beneficio trimestral. Y lo han hecho una y otra vez, vendiendo mierda a la que llamaban oro. Este vender mierda por oro ha arruinado la industria de la automoción, la industria de los periódicos… si pueden conseguir un dólar haciendo el producto peor o incluso destruyéndolo, lo conseguirán.

Si algún modelo con ánimo de lucro se las arregla para conseguir nuevas fuentes de ingresos en Internet, si consiguen cobrar por su producto en mi país, creo que los dueños de periódicos irían a Wall Street, donde algún analista les diría “Bien, volvéis a hacer dinero: ahora cortad aquí y allá…”, pero no les diría que reinvirtieran ese dinero en hacer su producto mejor: contratar más reporteros, mejores editores, pagarles mejor, repartir beneficios, volver a hacer una carrera del periodismo, establecer un grado de profesionalización del periodismo que les inspire… Wall Street sólo mirará los ingresos y les dirá “¡Reduce costes y coge los beneficios. ¡Coge los beneficios!”.

Volviendo a la idea de la tragedia griega, el pecado original de casi todos los protagonistas de esta historia es que sus compañías salieron a Bolsa. Ya no son propiedad de familias, ya no reportan ningún beneficio a la comunidad y sólo cambiarán por lo que diga un analista de Wall Street.

¿Qué tipo de periodistas necesitarán las redacciones de esta nueva era: más periodistas como ‘Gus’ Haynes, más cazadores de noticias, más profesionales…?

Yo sólo creo en los profesionales y en el periodismo como carrera. Mis primeros años cubriendo la policía fueron primitivos: creí que bastaba con tener una idea y cubrirla. Pero entender el crimen, la guerra de la droga, el departamento de policía o cómo las estadísticas pueden ser fabricadas para mentir me costó años. Me costó años trabajando con gente mejor que yo, más experimentada y que habían visto mucho antes lo que yo entonces veía. Y tenía que estar en la redacción con ellos. La memoria institucional es uno de los bienes más valiosos de un periódico. Y eso es precisamente lo que te ofrece una redacción: memoria institucional.

Estaba rodeado por gente más inteligente que podía advertirme de cosas que seguir, y eso es tan valioso. Era un reportero de calle y aunque no me hice rico pude formar una familia, criar un par de chicos, tener una hipoteca , vivir bien y sentir que hacía algo con sentido en mi vida.

Creo en el periodismo como profesión. Los amateurs pueden opinar sobre el trabajo de los profesionales, y de vez en cuando aprender algo y levantar una historia, lo cual está muy bien. Cuanto más, mejor. Pero no puedes depender de aficionados para cubrir la actualidad todos los días. Ni para cubrir lo que es un rollo. Porque la mayor parte de las cosas importantes de nuestra sociedad suelen ser aburridas y necesitamos que alguien las cubra. Como la junta de urbanismo de una ciudad americana. Allí se dice dónde irá el dinero, cómo se gastará y cómo será la ciudad dentro de unos años, pero no ves a blogueros cubriéndolo de forma sistemática, y deberían estar allí los periódicos. Y nadie los echará en falta hasta que un día nos levantemos y veamos un bar de estriptís al lado de una escuela. [Risas]. Entonces sabremos que alguien no estaba cubriendo la junta de urbanismo.

Estuve en una mesa redonda con Arianna Huffington, de The Huffington Post, y la escuché contar orgullosa cómo había contratado a ocho reporteros para cubrir Washington. Tiene más gente que trabaja gratis, pero ella pagaba a a ocho reporteros para cubrir una ciudad que es el culmen, en un momento en que todo el mundo quiere leer sobre Obama. Pero los periódicos, cuando están inspirados, cubren el mundo. El día en que les importa The Huffington Post o Arianna Huffington es el día en que hay 20 reporteros de este periódico cubriendo la ciudad. Que son la mitad de los que una vez tuvo el Baltimore Sun para cubrir la ciudad, e incluso llegó a tener 60 reporteros. Así que veo esto y pienso que está interpretando el papel de diletante en el periodismo. Has contratado ocho personas para cubrir a Obama y los Republicanos. Bien, pero ¿quién cubre el mundo? Cada vez menos gente.

Usted dijo en una entrevista que escribía sus series de televisión bajo la premisa de “Que se joda el espectador medio”, como alguien que sólo es visto como un perfil de mercado: padre de ‘2,algo’ niños, con ‘1,algo’ coches… ¿Deberíamos los periodistas escribir bajo la premisa de “que se joda el lector medio”?

La televisión generalista depende fundamentalmente de la publicidad, del número de globos oculares que ven los programas. Así que no puedes ofender a nadie ni hacer nada demasiado complicado, pues debes mantener a todo el mundo mirando, incluso a la gente que está habitualmente distraida, aburrida o que es simplemente estúpida. La necesitas, porque la publicidad necesita a 10 ó 20 millones de personas viendo el programa y los 30 segundos de anuncio. Esta era la estructura económica de la televisión hasta que llegó el cable. Y sólo entonces pudimos saltarnos estas normas al escribir. “Mire, no me importa si confundo a algunos espectadores. Si no pueden seguirlo, que se jodan”. Tú puedes decir eso ahora, contar una historia con sentido y sobrevivir.

Y esto es análogo a lo que sucede en los periódicos, aunque ellos hicieron el camino contrario. Mucho antes de Internet, empezaron a recortar su producto, a hacerlo más magro, más simple y con menos matices. Se deshicieron de los reporteros experimentados y contrataron chavales que no tenían experiencia en la ciudad. Y ahora están desesperados y no se atreven a cobrar por lo que ofrecen.

La televisión hizo lo contrario. Antes había cuatro canales y nadie pagaba por ellos, así que una vez que comprabas el televisor, toda la programación era gratis. Ahora, millones de estadounidenses pagan 40, 50, 70 ó 100 dólares al mes para tener 120 canales o más. La televisión extendió su oferta: canales completos dedicados a deportes, al tiempo, a la mujer, a las series. Ofreció más y cobró más, pasando de ser un servicio gratuito a ser un servicio de pago.

La gente me dice “Nadie nunca pagará por los periódicos, cuando puede conseguirlos gratis”. Pero es que nadie pagaría por la mierda de ahora. ¿Qué habría pasado si en lugar de que los periódicos hubieran sido vendidos y recortados, se hubieran hecho más esenciales, más viables, más sutiles? ¿Que habría pasado si no pudieras entender tu ciudad, o el mundo, sin leer el periódico por la mañana? Hicieron lo contrario. La transición de la televisión al cable es análoga a lo que podría haber pasado con los periódicos en el viaje a Internet.

El de periodista es el trabajo que usted siempre quiso hacer. ¿Tiene previsto volver al periodismo en un futuro cercano?

No hay periodismo al que volver. Supongo que en algún momento me cansaré de hacer televisión, y parece que será pronto. HBO me ha permitido hacer lo que quería y seguro que seguiré haciéndolo por un tiempo. Pero si volviera al periodismo sería a un sitio web, en un nuevo periodismo emergente que pague a los profesionales por su trabajo. Creo que me corté un brazo después de los recortes de 1995 y el Baltimore Sun nunca será lo que ayudé a que fuera. En aquel momento no pensé que fuera a derrumbarse tan rápido. Creía que esta gente estaba recortando lo que no debía, pero nunca pensé que llegaría a recortar dos terceras partes de la redacción.

Cuando empezó Internet, recuerdo que uno podía leer 175 artículos completos sin pagar nada. Y paso 2000, y pasó 2001…y seguía igual. Y es insostenible. Si no tienes un producto por el que puedas cobrar, no tienes un producto, es algo que sabe cualquier universitario. Pero los periódicos creyeron que éste era el modelo que funcionaba. Hay que buscar mucho en la historia de la industria para encontrar este nivel de mala gestión de un producto.

¿Ha pensado en hacer una serie como ‘The Wire’ dedicada exclusivamente al periodismo, o en la quinta temporada de esta serie explicó todo lo que quería explicar sobre este asunto?

La quinta temporada explicaba básicamente todo lo que quería explicar, que era que la gente que lleva los periódicos ya no respeta su propio producto ni las comunidades que supuestamente debe cubrir. Ellos han venido a valorar su propia importancia sobre el trabajo, a dominar la cultura del precio, así que son cada vez menos esenciales para sus ciudades. Queríamos dar a entender que el periódico se perdió todas las historias importantes: el alcalde que hace trampas con el presupuesto, con las pruebas escolares, que manipula las cifras de delitos, que oculta las guerras de la droga…. ¿Ha visto usted las cuatro temporadas previas de ‘The Wire’?

Sí.

Pues todas y cada una de las historias importantes que aparecen en la serie no fueron apenas cubiertas por los periódicos, porque eran demasiado débiles para hacerlo adecuadamente. Si alguien que viera la serie creyera que eso no puede suceder porque el perro guardian habría ladrado, que sepa que el perro guardían ya no tiene dientes. Y esto es lo que queríamos explicar en The Wire.

Si Internet hubiera estado más extendida cuando hicimos la serie, habría hecho los recortes más dramáticos en el primer episodio. Y si la hubiera hecho ahora, habría añadido otra ronda de recortes al final de la serie [risas].

Lo cierto es que la cuestión de espectador medio y de los recortes se la tomaron muy mal los periodistas de Estados Unidos. Porque se ven a sí mismos como víctimas de un asesinato, como gente que hacía su trabajo, que cubría el mundo y… “la tecnología cambió. No fue nuestro fallo, la tecnología cambió y es algo que no podemos controlar”. Gilipolleces. Esta no es la historia del que construía carrozas hasta que apareció el automóvil. No es la analogía más honesta. La verdad es que se supone que debes elaborar información precisa y de calidad sobre el mundo. Y llega Internet. El sistema de distribución cambia pero tu producto sigue siendo el mismo. Si te hubieras dedicado a hacer tu producto mejor, podrías cobrar por él en el nuevo sistema de distribución, que podría ser el centro de una fuente de ingresos. Pero en los diez años previos, destripaste tu producto porque no lo respetabas, siguiendo los consejos de Wall Street. Esto es algo que los periodistas no queremos escuchar. Preferimos pensar que fuimos asesinados, antes que complices de nuestro propio fracaso.

Por cierto, ¿de verdad escuchó a un editor hablar de “periodismo dickensiano”?

Sí, mi editor me dijo que quería que hiciera “periodismo dickensiano”. Se llamaba John Carroll y cuando llegó al periódico lo respetaba mucho pues había escuchado muy buenas cosas sobre él. Todos estabamos muy emocionados en su llegada a The Baltimore Sun. Cuando me fui del periódico, estaba completamente desilusionado, porque él no valoraba ninguna de las cosas que yo valoraba en el periodismo. Y acabamos en muy malos términos. Una vez vino y me dijo que quería “historias dickensianas” de la ciudad. Se refería a pilluelos de la calle que no hubieran cometido un pecado todavía. Que no tuvieran lápices ni libros de texto y vivieran en la pobreza. “Traeme una foto de pobres chicos tristes que no hayan sido tratados justamente, porque yo puedo vender eso”. Era un hombre que se levantaba todos los días preguntándose cómo llegar al premio Pultizer. Como se medía a sí mismo era como medía al periódico. Y al final tuvo que retractarse porque le pillaron tres veces inventándose historias. Tres veces. No me refiero a correcciones, sino a tres invenciones seguidas. Y cada vez John las tapó. Y al final, cuando ya no estaba en el periódico lo dije bien alto, y no hemos vuelto a hablar desde entonces. Pero sí, la cita dickensiana era suya.

Me molestó porque para mí la historia más interesante no es la del pilluelo de la calle que tiene ocho años, que es totalmente comprensible que pueda dar para más de una historia y hacer sentir culpable a la gente. La historia más interesante es la del chaval de 16 años que está en una esquina vendiendo droga porque ahí es donde están las otras opciones de la sociedad y la economía americana. Desafortunadamente, tiene 16 años, así que no es tan mono, tiene una pistola escondida en los pantalones y es capaz de provocar mucha más violencia. Es una visión mucho más ambivalente del problema y requiere que los espectadores piensen con la cabeza y no sólo con el corazón. Y a John no le interesaba esto. Era muy complicado para él y no veía que fuera a obtener un premio.

Soy reacio al desprecio hacia él, porque al principio pensé que era un tipo con buena reputación y que el periódico mejoraría con él. Pero estaba mal informado.

¿Cree que tendremos mejor información en el futuro, que el buen periodismo prevalecerá?

Sí, pero sólo cuando el periodismo resuelva el problema de sus fuentes de ingresos. Internet fue hecho para pagar y financiará el periodismo profesional. No me refiero a blogueros, sino a reporteros y editores profesionales. Y será financiado, tal vez por instituciones sin ánimo de lucro, que sería lo más recomendable, tal vez por compañías que inviertan el dinero en la calidad antes de coger los beneficios. En cualquier caso, cuando los dinosaurios de la industria dejen camino, las cosas cambiarán.

Internet es más rápido, más limpio y más barato y cuando se use adecuadamente permitirá el renacimiento del periodismo. Pero tenemos que pagar por él. No mucho, sólo un poco cada mes, igual que pagamos la factura del cable o del teléfono móvil. Alguien llegará y dirá: “¿Sabe qué? Si podemos contar a la gente lo que sucede en Baltimore, en San Luis, en San José o en cualquier otro lugar del mundo donde la gente quiera saber qué está pasando en su comunidad, en su ayuntamiento o en el cuartel de la policía, deberíamos hacerlo. Tal vez no sean el cuarto de millón o el medio millón que leen los periódicos, sino sólo 80.000 personas. Pero si estás 80.000 personas pagan 10 dólares al mes, es suficiente para mantener una redacción completa”. Es más que el presupuesto de la redacción del Baltimore Sun. Alguien se dará cuenta de cómo hacerlo y eso será el principio, el renacimiento del periodismo.

Pero cuando suceda no será amateur. No séra un bloguero pensando si llama a alguien de la comisaría o decidiendo si comenta la noticia de un periódico. Será un tipo que vaya todos los días a cubrir una institución, mantenga fuentes y averigüe quién roba y quién no roba, quién es honesto y quién no lo es, y lo cuente como un profesional. Porque ese producto todavía tiene sentido, es viable y en algún momento alguien lo necesitará, pero los periódicos lo han olvidado.

domingo, 6 de junio de 2010

Disección de un Desastre



Por Gustavo Gorriti

Estuve buscando frases lúcidas sobre la derrota, dado que ese es un concepto importante en nuestro país. Encontré varias notables, pero sin aplicación a los eventos de junio en el Perú.

“¿Qué es la derrota? Nada, excepto educación; nada, excepto el primer paso hacia algo mejor”. La frase es de Wendell Phillips, el famoso orador abolicionista bostoniano del siglo XIX. Hay muchas reflexiones parecidas: la derrota como capítulo de un empeño, como contraste de una arrojada empresa.

Asumida con entereza y con honestidad, la derrota enseña y en ocasiones fortalece. Como escribió el gran Michel de Montaigne, “hay derrotas más triunfantes que las victorias”.

Convertir el contraste en triunfo supone, como queda dicho, no solo el valor y la honestidad sino la persistencia en la empresa. En la historia de nuestro país, la derrota ha sido en cambio conformadora de nuestra identidad. La derrota se ha categorizado según su nobleza, y la de nuestros grandes héroes (como lo escribió en esta revista Antonio Zapata) es una sin esperanza de trasmutación en victoria. Es el sacrificio como reivindicación de los demás; la inmolación antes que la rendición, para entregar una referencia de dignidad que dé estructura a la nación.

Las derrotas redentoras de nuestros héroes no tuvieron, por cierto, otro valor pragmático que su legado moral. Sus enseñanzas póstumas, por eso, son lo suficientemente complejas y dolorosas como para evitar, por lo general, contemplarlas.

Ambas formas de derrota: la del contraste que enseña, forja y lleva al triunfo, y la de la lúcida desesperanza que escoge el sacrificio para legar honor a la nación, implican honestidad, entereza y una trascendente responsabilidad.

Si, en cambio, activamos el microscopio para examinar la reacción de los principales protagonistas y responsables políticos de los sucesos de Bagua, se verá un juego inverso de las sillas musicales, donde todos corren alrededor de esas sillas tratando de no sentarse, de quedar paraditos y de sentar a otro, en un juego de fuga hacia adelante.

Estaba viendo en el programa la Hora N, las intervenciones de la ministra Mercedes Cabanillas y los generales PNP Muguruza y Uribe (faltó Garavito, de paso), unidos los tres en el propósito de descargar de sí toda la responsabilidad posible, cuando me llamó una fuente con conocimiento de la forma de pensar del Comando Conjunto.

Es cierto, me dijo la fuente, que la ministra Cabanillas acudió al Comando Conjunto pidiendo apoyo de la Fuerza Armada para asegurar el desbloqueo de Bagua. Pero, añadió, ella estuvo en el Comando Conjunto el día anterior al operativo de desalojo.

Se acordó entonces, siempre según la fuente, que la Fuerza Armada iba a apoyar y respaldar a la PNP no solo en Bagua sino sobre todo en las subestaciones de bombeo del oleoducto, entre las cuales la hoy trágica subestación seis. La operación suponía trasladar tropa desde la costa, para no forzar a los reclutas de la zona (buena parte de los cuales son nativos awajún) a intervenir en su propio territorio. Pero, añadió, el traslado no pudo hacerse a tiempo por falta de baliza en la pista de aterrizaje a la que iba a llegar la tropa. Y el operativo de desalojo se inició sin esperar a que el despliegue de tropa estuviera completo.

Lo que es peor, siempre según la fuente, es que el general EP Raúl Silva Alván, jefe de la sexta brigada de selva, principal jefe militar en la zona, no fue informado sobre el inminente inicio del operativo de desbloqueo y, en consecuencia, no pudo organizar medidas preventivas o de contingencia.

Al escuchar los intentos de explicación de la ministra Cabanillas y los generales Muguruza y Uribe sobre el desastre operativo (porque, ¿de qué otra forma se puede calificar una operación de desbloqueo de carretera, en la que no debió haber habido víctimas, pero que terminó con 34 víctimas mortales y decenas de heridos?), surgían las preguntas:

- Si se envió una vanguardia para tomar la colina en la madrugada, ¿por qué no hubo comunicación con el grueso de la fuerza? ¿Tenían radios o no? Si no los tenían, como todo indica fue el caso; y si los celulares –inadecuados para la necesidad de comunicaciones fáciles, rápidas y con varios destinatarios simultáneos– no funcionaban bien en ese lugar, ¿por qué no se tuvo siquiera a enlaces o mensajeros que mantuvieran el contacto con la fuerza principal?

- ¿Por qué la tropa que iba a hacer el despeje no llevó el equipamiento adecuado para la misión? Las varas y los gases eran insuficientes, pero los fusiles eran del todo excesivos. Eso lo sabían bien tanto Muguruza como Uribe y Garavito. Después de Pómac, debe haber algunos francotiradores policiales con fusiles, que puedan neutralizar a gente armada. Pero deben ser pocos y muy bien entrenados.

- ¿Por qué no se avisó a la guarnición policial en la subestación 6 que se iba a realizar el operativo para que pudieran prepararse y decidir entre defender la subestación o evacuarla y encaminarse al cuartel cercano del Ejército? ¿Por qué se inició el operativo sin alertarlos? Muguruza y Uribe sabían muy bien que el grupo de Montenegro acababa de relevar a otro que ya había estado en una situación de semi-rehén. El nuevo contingente entró en la misma situación. Su vulnerabilidad era evidente. ¿Cómo no se tuvo eso en cuenta? ¿Por qué?

-¿Por qué el comandante Del Carpio no pudo acudir en auxilio del mayor Bazán si, como indicaron, éste solo se adelantó unos veinte metros? ¿Y por qué demoró tanto el grueso de la fuerza en apoyar a esa vanguardia aislada y diezmada?

- ¿Por qué no se encuentra hasta ahora al mayor Bazán, o sus restos?

Estas son apenas algunas de las preguntas que los jefes operativos deberían contestar. No son preguntas ociosas. Hubo un cúmulo de decisiones –que, en parte rastrean estas preguntas– que llevaron a la desastrosa tragedia de la Curva del Diablo.

Junto con las responsabilidades operacionales están las políticas. La ministra Mercedes Cabanillas ha hecho un cuadro penoso en el intento de eludir esa responsabilidad. Lo único que queda por decirle es que antes de insultar su propia inteligencia, asuma la situación y proceda en consecuencia. Será mejor para todos, y para ella también.

Lo más triste de todo es que fue por gusto. El conflicto pudo haberse solucionado sin violencia, en los términos actuales, sin haber tenido que llegar a una crisis de gobierno, un peligro de sistema, un gabinete incinerado y un premier que al solucionar la crisis con una rendición política, amaina la tormenta al costo de un gran debilitamiento de gobierno.

Eso nos hace daño a todos. Este es un gobierno que ha cometido graves errores, bajo la conducción directa de Alan García. Ahora paga el precio en el inevitable pero debilitante retroceso. Lo peor es que lo hace sin ninguna claridad autocrítica. El único que parece verlo ahora (un tanto tarde) es Yehude Simon, y él ya se va.

Dicho esto, hay que tener presente que no solo se debilita el gobierno sino el sistema. Y está claro que hay quienes intentan ahora derrocar al gobierno y al sistema democrático. Críticas e indignación aparte, nos corresponde evitar eso a todos los que hemos luchado y defendido la democracia. Por más que uno se oponga al gobierno, hay que defender el sistema.

Tenemos elecciones generales el 2011. Hasta entonces tendremos el presidente elegido el 2006. Y como sociedad debemos estar alertas frente a los intentos de asonada del gorila de Caracas y sus piquichones vecinales. Toda la oposición necesaria, pero toda la lealtad al sistema.

Publicado en Caretas

jueves, 28 de enero de 2010

ESTE SÁNDWICH NO TIENE MAYONESA



Por J. D Salinger

Voy en un camión, sentado en una de las paredes del acoplado, tratando de escapar de esta loca lluvia de Georgia, esperando que llegue el Teniente de Servicios Especiales, esperando cobrar. Tengo pensado hacer dinero de acá a unos minutos. Hay treinta y cuatro hombres en este vehículo y sólo treinta de ellos se supone que deban ir a bailar. Cuatro deben irse. Planeo apuñalar a los cuatro primeros a mi derecha, al tiempo que canto con todo lo que me da la voz “Off We Go Into The Wild Blue Gonder”, ahogando sus tontos lamentos. Luego escogeré a otros dos (preferentemente graduados universitarios) para empujarlos a la húmeda y roja arcilla de Georgia, fuera de este vehículo. Quizás valga la pena olvidar que soy uno de los Diez Hombres Más Rudos que alguna vez se hayan metido en este acoplado. Podría machacar a los gemelos Bobbsey. Cuatro deben irse. Fuera del camión homónimo… Choose yo’ pahtnuhs for the Virgina Reel!

Y la lluvia sobre la lona cae más fuerte que nunca. No es mi amiga. No es amiga mía ni de estas personas (cuatro de ellos deben irse). Tal vez es amiga de Katharine Hepburn o de Sarah Palfrey Fabyan o de Tom Heeney, o de todos los firmes fanáticos de Creer Garson que esperan en fila en el Radio City Music Hall. Pero no es mi compinche, esta lluvia. No es compinche tampoco de los otros treinta y tres hombres (Cuatro de ellos deben irse).

El tipo de la cabina me grita otra vez.

“¿Qué?” digo. No puedo oírlo. La lluvia sobre la lona me mata. Ni siquiera quiero oírlo.

Dice por tercera vez, “¡Bajemos a la carretera! ¡Que venga las mujeres!”

“Tengo que esperar al Teniente,” le digo. Siento que mi codo se moja y lo meto dentro, fuera del aguacero. ¿Quién se robó mi impermeable? Con todas mis cartas en el bolsillo izquierdo. Mis cartas de Red, de Phoebe, de Holden. Cartas de Holden. Ah, escuchen, no me importa que se roben mi impermeable, pero ¿por qué robarme las cartas? Él sólo tiene diecinueve años, mi hermano, y las drogas no bajan ni una mísera su humor, lo matan con sarcasmo, y no puede hacer nada más que escuchar frenéticamente al descalibrado aparatito que lleva en su corazón. Mi hermano perdido en acción. ¿Por qué no dejan los impermeables en paz?

Tengo que dejar de pensar en ello. Pensar en algo agradable, como el viejo cascarrabias de Vincent. Pensar en este camión. Hacerme creer que no es el más oscuro, húmedo y miserable camión del Ejército en el que haya viajado alguna vez. Este camión, debes hacerte creer, está lleno de rosas y rubias y vitaminas. Es un camión verdaderamente lindo. Es un camión formidable. Eres afortunado de estar aquí esta noche. Cuando vuelvas del baile –¡Choose yo’ pahnuhs, folks!- podrás escribir un poema inmortal acerca de este camión. Es un poema en potencia. Puedes llamarlo “Camiones en los que he viajado,” o “Guerra y Paz,” o “Este sándwich no tiene mayonesa”. Hazlo simple. Ah, escucha. Escucha, la lluvia. Es el noveno día desde que empezó a llover. ¿Cómo puedes hacerme esto a mí y los treinta y tres hombres (cuatro de ellos deben irse)? Déjanos solos. Deja de hacernos sentir pegajosos y desolados.

Alguien me habla. El hombre dentro del radio de mi navaja. (Cuatro deben irse.) “¿Qué?” le digo.

“¿De dónde eres, Sarg?” Me pregunta el muchacho. “Te estás mojando el brazo.”

Lo meto nuevamente adentro. “New York,” le respondo.

“Yo también. ¿De qué parte?”

“Manhattan. A algunas calles del Museo de Arte.”

“Yo vivo en Valentine Avenue,” dice el muchacho. “¿Sabes dónde es?

“En el Bronx, ¿no?”

“Nah, Cerca del Bronx. Cerca del Bronx, pero no ahí. Es aún Manhattan.”

Cerca del Bronx, pero no ahí. Recordemos esto. No vayas por ahí diciéndole a la gente que vives en el Bronx cuando no viven allí, viven en Manhattan. Usemos la cabeza, amigos. Bailemos un rato.

“¿Cuánto hace que estás en el Ejército?” le pregunto. Es un soldado raso. Es el soldado raso más empapado que he visto en el Ejército.

“Cuatro meses. Me envían al Sur y luego me embarco a Mee-ami. ¿Has estado en Mee-ami?”

“No,” miento. “¿Hay alguno bueno allí?”

“¿Algo bueno?” y codea al tipo a su derecha. “Dile, Fergie.”

“¿Qué?” dice Fergie, empapado, congelado y nauseabundo.

“Cuéntale al Sargento acerca de Mee-ami. Quiere saber si hay algo bueno o no. Dile.”

Fergie me mira. “¿Nunca ha estado allí, Sargento?” – Pobre y miseable proyecto de Sargento.

“No. ¿Se está bien allí?” me las apaño para preguntar.

“¡Qué ciudad!” dice Fergie suavemente. “Puedes conseguir todo lo que quieres allí. Te puedes divertir de verdad. Digo, realmente la puedes pasar bien. No como en este agujero. Aquí no puedes pasarla bien ni intentándolo.”

“Vivíamos en un hotel,” dice el muchacho de Valentine Avenue. “Antes de la guerra se pagaba cinco o seis dólares al día por un habitación en ese lugar. Una habitación.”

“Duchas,” dice Fergie con el tono agrio que Abelardo, durante sus últimos años, debe haber usado para describir el picaporte de Eloisa.

“Estábamos todo el tiempo limpios como niños. Allí tenías cuatro tipos en una habitación y duchas en el vestíbulo. El jabón del hotel era gratis. Cualquier tipo de jabón. No sólo el barato.”

“¿Estás vivo, no?” el tipo enfrente de mí le grita a Fergie. No puedo verle la cara.

Fergie está más allá de todo. “Duchas,” repìte. “Me duchaba dos o tres veces al día”

“Yo solía ser vendedor allí,” anunció un tipo en mitad del camión. Apenas puedo ver su cara en la oscuridad. “Memphis y Dallas son las mejores ciudades del Sur. Les juro. En el invierno Miami se llena de gente. Puede volverte loco. En los lugares adonde vale la pena ir, difícilmente puede conseguir algo.”

“No estaba atestado de gente cuando estuvimos allí, ¿no es cierto, Fergie?” pregunta el chico de Valentine Avenue.

Fergie no respondió. No participa como nosotros en la charla. No se presta a ello.

El hombre al que le gusta Memphis y Dallas piensa igual también. Le dice a Fergie, “estando por aquí, eres afortunado si consigues ducharte una vez por día. Estoy en una nueva área del Oeste. Aún no construyeron las duchas.”

A Fergie no le interesa. La comparación no es acertada. La comparación, debo decirte, apesta, Mac.

Del frente del camión llega una dinámica e irrefutable observación: “No hay vuelos otra vez esta noche. Los cadetes no volarán nuevamente esta noche, ¿está bien? El octavo día no hay vuelos nocturnos.”

Fergie mira, con un mínimo de energía. “Apenas he visto un avión desde que estoy por aquí. Mi esposa piensa que estoy volando como un loco. Me escribe y me dice que debería salirme del Cuerpo Aéreo. Me cree en un B-17 o algo así. Lee acerca Clark Gable y me cree un francotirador o algo que tenga que ver con las bombas. No tengo alma para decirle que no hago absolutamente nada.”

“¿Cómo nada?” dice Memphis y Dallas, interesado.

“Nada. Nada que sea necesario.” Fergie se olvida de Mee-ami por un minuto y le echa a Memphis y Dallas una mirada fulminante.

“Oh,” dice Memphis y Dallas, pero antes de que pueda continuar, Fergie se da vuelta y me dice, “debería ver esas duchas en Mee-ami, Sarg. No es broma. No tendría ya ganas de meterse en su propia bañadera otra vez.” Y vuelve a apartar la mirada y a perder interés en mi cara –lo cual es siempre comprensible.

Memphis y Dallas se asoma ansiosamente, dirigiéndose a Fergie. “Te podría llevar a dar un paseo,” le dice. “Trabajo con la Aduana. Los tenientes de aquí atraviesan el país en menos de un mes y no muchas veces llevan a alguien en la parte de atrás. Estuve allí muchas veces. Maxwell Field. En todas partes.” Señala con el dedo a Fergie, como si lo acusara de algo. “Oye. Si quieres ir alguna vez, llámame. Llama a la Aduana y pregunta por mí. Portner es mi nombre.”

Fergie parece flemáticamente interesado. “¿Sí? Que pregunte por Portner, ¿eh? ¿Eres cabo o algo así?”

“Soldado raso,” dice Portner fría y escuetamente.

“Muchacho,” dice el chico de Valentine Avenue, mirando detrás de mí, la abundante oscuridad. “Mira, asómate.”

¿Dónde está mi hermano? ¿Dónde está mi hermano Holden? ¿De qué se trata esto de “desaparecer en acción”? No me lo creo. No lo entiendo. No lo creo. El Gobierno de Estados Unidos miente. El Gobierno me miente a mí y a mi familia.

Nunca escuché mentiras tan jodidas.

Por qué; volvió de la guerra en Europa sin apenas un rasguño, todos lo vimos embarcarse en el Pacífico el último verano –y se veía bien.

Desaparecido.

Desaparecido, desaparecido, desaparecido. ¡Mentira! A mí también me mintieron. Nunca antes estuvo desaparecido. Es la última persona que podría perderse en este mundo. Está aquí, en este camión; en casa, en New York; está en la Preparatoria Pentey[1] (“Deberían enviarnos a ese muchacho. Lo moldearemos. Haremos de él un Hombre, con todas las pruebas de fuego que tenemos…”); sí, está en Pentey, nunca dejó la escuela; está en Cape Cod, sentado en el porche, mordiéndose las uñas; está jugando dobles conmigo, gritándome que me quede en la base mientras el está en el campo. ¡Desaparecido! ¿Eso es estar desaparecido? ¿Por qué mentir en algo tan importante? ¿Cómo es que el Gobierno puede hacer algo así? ¿Cómo pueden deshacerse de ello diciendo mentiras de este tipo?

“Hey, Sarg,” me grita el tipo de la cabina. “¡Bajemos a la carretera! ¡Que vengan las mujeres!”

“¿Cómo son esas mujeres, Sarg? ¿Son bonitas?”

“La verdad es que no sé lo que pasa esta noche,” digo. “Generalmente, sí, son bonitas.” Sólo por decir ya que, en otras palabras, decir generalmente es sólo un decir. Todos ponen mucho empeño. Todos están allí para lanzarse. Las chicas te preguntan de dónde vienes, les dicen de dónde, y ellas repiten el nombre de la ciudad, poniendo un signo de exclamación al final de la frase. Luego te cuentan sobre Douglas Smith, Cabo, AUS. Vive en New York, ¿lo conoces? No le crees y le hablas de lo maravilloso que es New York. Y sólo porque no quieres que Helen se case con un soldado y espere por un año o seis, sales y bailas con la extraña que dice conocer a Douglas Smith, la extraña chica llamativa que dice haber leído cada línea que ha escrito Lloyd C. Douglas. Mientras bailas y la banda toca, piensas en todo excepto en la música y en bailar. Te preguntas si tu hermanita Phoebe recuerda sacar a pasar el perro todos los días, si recuerda no joder con el collar de Joey – algún día esta niña matará al perro.

“Nunca ví una lluvia con ésta,” dice el muchacho de Valentine Avenue. “¿Habías visto algo así, Fergie?”

“¿Algo como qué?”

“Una lluvia así.”

“Nah.”

“¡Bajemos a la carretera! ¡Que vengan las damas!” dice el tipo ruido inclinándose hacia delante y veo su cara. Es igual que cualquiera de los que está en el camión. Luce igual.

“¿Cómo es el Teniente, Sarg?” dice el chico de que vive cerca del Bronx.

“No lo sé verdaderamente,” digo. “Entró al campo hace sólo algunos días. Sé que vivía cerca de aquí cuando era un civil.”

“¡Qué bueno! Vivir cerca de donde estás,” dice el chico de Valentine Avenue. “Ojalá yo estuviera en Mitchel. A sólo una media hora de casa.”

Campo Mitchel. Long Island. ¿Qué podríamos decir de aquel sábado de verano en Port Washington? Red me lo dijo. No va molestarte ir a la Feria. Es muy bonita. Fue cuando me apegué a Phoebe, ella estaba con una niña que se llamaba Minerva (lo cual me mataba), y las metí a ambas en el auto y luego busqué a Holden. No podía encontrarlo. De modo que Phoebe, Minerva y yo nos fuimos sin él… En la Feria estuvimos en la exhibición de teléfonos de Bell y le dije a Phoebe que aquel teléfono servía para llamar al autor de los libros de Elsie Fairfield. Y Phoebe, sacudiéndose como de costumbre, tomó el teléfono, tembló un poco y dijo Hola, Soy Phoebe Caufield, estoy en la Feria de los Mundos. Leí tus libros y creo que son excelentes. Mi madre y mi padre actúan en “Death Takes a Holiday in Great Neck”. Vamos a nadar muy a menudo, pero el océano es mucho mejor en Cape Cod. ¡Adiós!… Y luego, salimos del edificio y allí estaba Holden, con Hart y Kirky Morris. Tenía puesta una camisa de felpa. Ningún abrigo. Se acercó y le pidió a Phoebe un autógrafo y ella lo apretó contra si, feliz de verlo, feliz de ver a su hermano. Luego él me dijo, Vayámonos de toda esta basura educativa, vayamos a las carreras o algo así. No soporto todo esto… Y ahora intentan decirme que está desaparecido. Desaparecido. ¿Quién está desaparecido? No él. Está en la Feria de los Mundos. Sé dónde hallarlo. Sé exactamente donde está. Phoebe también lo sabe. Lo sabría en un solo segundo. ¿Qué es todo esto de la desaparición?

“¿Cuánto te lleva llegar desde tu casa hasta la calle Cuarenta y Dos?” le preguntó Fergie al chico de Valentine Avenue.

Valentine Avenue lo pensó, algo emocionado. “Desde mi casa,” informó intensamente, “hasta el Paramount Theather te toma exactamente cuarenta y cinco minutos en metro. Casi gano dos billetes apostándole a mi chica acerca de eso. Nunca tomaría su dinero.”

El hombre al que le gusta Memphis y Dallas más que Miami habló: “Espero que las chicas de esta noche no sean cobardes. Digo, niñas. Siempre me miran como a un viejo cuando son cobardes.”

“Procuraré no transpirar demasiado,” dijo Fergie. “Hace mucho calor en los bailes de por aquí. A las mujeres no les gustan si transpiras mucho. Ni siquiera a mi esposa le gusta. Pero está bien si ella transpira – ¡Es diferente!… Mujeres. Te vuelven loco.”

Estalló un colosal trueno. Todos saltamos –yo casi me caigo del camión. Me hago a un lado y el muchacho de Valentine Avenue se apreta contra Fergie para hacerme un lugar… Desde el frente del camión oímos una voz de fuerte acento sureño:

“¿Han estado en Atlanta?”

Todos esperan que truene una vez más. Yo respondo. “No,” digo.

“Altlanta es una buena ciudad.”

De pornto el Teniente de Servicios Especiales aparece salido de la nada, empapadísimo, con la cabeza asomada dentro del camión. – cuatro de estos hombres deben irse. Lleva puesta una de esas viseras con cubierta de hule; es como la vesícula de un unicornio. La cara completamente mojada. Es joven y pequeño, aún poco seguro para este nuevo comando al que el Gobierno le asignó. Se fija allí donde deberían estar las tiras de las mangas de mi impermeable robado (con todas mi cartas).

“¿Viene por un relevo aquí, Sargento?”

Wow. Choose yo’ pahtnuhs…

“Sí, señor.”

“¿Cuántos hombres hay aquí?”

“Habría que volverlos a contar, señor.” Me doy vuelta y digo, “Bien, todos los hombres con fósforos en las manos; enciéndanlos –quiero contar sus cabezas.” Y cuatro o cinco de ellos se las arreglan para encender fósforos simultáneamente. Finjo contar sus cabezas. “Treinta y cuatro incluyéndome, señor,” le dijo finalmente.

El joven Teniente sacudió su cabeza bajo la lluvia. “Demasiados,” me informa –y yo intento verme como muy estúpido. “He llamado a cada ordenanza,” revela a mi favor, “y di orden de que irían sólo cinco hombres por escuadrón.” (Pienso en la gravedad de la situación por primera vez. Debería sugerir que liquidemos a cuatro de ellos. Debería pedir muy detalladamente hombres experimentados en liquidar gente que quiere ir a bailar.)… El teniente me pregunta, “¿Conoce a Miss Jackson, Sargento?”

“Sé quien es,” le digo mientras escucha sin pitar su cigarrillo.

“Bien, Miss Jackson me llamó esta mañana y pidió solamente treinta hombres. Temo, Sargento, que vamos a tener que pedirle a cuatro hombres que vuelvan a sus áreas.” Deja de mirarme, mira dentro del camión, estableciendo una neutralidad entre él y la empapada oscuridad. “No me interesa cómo lo haga,” dice, frente al camión, “pero debe hacerlo.”

Cruzó mi mirada hacia los hombres. “¿Cuántos de ustedes no firmaron para ir al baile?”

“A mí no me mire,” dice Valentine Avenue. “Yo firmé.”

“¿Quién no firmó?” digo. “¿Quién está aquí sólo porque se enteró del baile?” – Eso fue bueno, Sargento. Sigue así.

“Hágalo fácil, Sargento,” me dice el teniente, asomando la cabeza al camión.

“Vamos, ya. ¿Quién no firmó?” –Vamos, ya. Quién no firmó. Nunca en la vida escuché una pregunta tan burda.

“Todos firmamos, Sarg,” dice Valentine Avenue. “Alrededor de unos siete hombres firmaron en mi escuadrón.”

Perfecto. Seré brillante. Les ofreceré una linda alternativa.

“¿Quién prefiere salir en una película sobre el Campo a ir al baile?”

Ninguna respuesta.

Respuesta.

Silenciosamente, Portner (el tipo Memphis-Dallas) se levanta y enfila para salirse. El resto le abre paso para dejarlo salir. Yo también me muevo a un costado… Ninguno de nosotros le dice a Portner, mientras pasa, lo importante y relevante que es.

Más respuesta… “Uno más,” dice Fergie, levantándose. “Así que parece que los casados escribirán cartas esta noche.” Y salta del camión rápidamente.

Espero. Todos esperamos. Nadie más se adelanta. “Dos más,” carraspeo. Los acosaré. Los acosaré porque odio sus agallas. Son insufriblemente estúpidos. ¿Qué les pasa? ¿Creen que será la noche de su vida en ese tonto baile? ¿Creen que van a escuchar un maravilloso trompetista tocando “Marie”? ¿Qué sucede con estos idiotas? ¿Qué sucede conmigo? ¿Por qué quiero que se vayan? ¿Por qué de alguna manera también quiero irme yo? ¡De alguna manera! Vaya broma. Te mueres por irte, Caufield…

“Bien,” digo fríamente. “Los dos últimos a la izquierda. Vamos, fuera. No sé quienes son,” – No sé quienes son.- ¡Uff!

El tipo ruidoso, el que me gritaba para que la fiesta empezara en la carretera, sale. Había olvidado que estaba allí. Pero desaparece confusamente en la negra tormenta india. Le sigue, al menos tentativamente, un tipo pequeño- un muchacho, puedo verlo en la claridad.

Con el sombrero marino puesto, encorvado y cojeando, empapado, sus ojos fijos en el Teniente, el muchacho espera bajo la lluvia – como si hubiera tenido orden de ello. Es muy joven, probablemente dieciocho años, y no parece ser alguien que se pondría a discutir y a discutir en una tormenta así. Lo miro fijamente y el Teniente se da vuelta y lo mira también.

“Yo estaba en la lista. Firmé cuando la clavaron en la pared. Justo luego de que clavaran la lista.”

“Lo siento, soldado,” dice el Teniente, – “¿Listo, Sargento?”

“Puede preguntarle a Ostrander,” le dijo el muchacho al Teniente y metió nuevamente la cabeza en el camión. “Hey, Ostrander. ¿No fui yo el primero que firmó?”

La lluvia parece caer más fuerte que nunca. El muchacho que quiere ir al baile se empieza a empapar. Saco una mano y lo tomo del cuello del impermeable.

“¿No fui el primero que firmó la lista?” le grita el muchacho a Ostrander.

“¿Qué lista?” dice Ostrander.

“¡La lista de lo que querían ir a bailar!” grita el muchacho.

“Oh,” dice Ostrander. “¿Qué pasa con la lista? Yo estaba en ella.”

Oh, Ostrander, qué pesado.

“¿No era yo el primero en la lista?” dice el muchacho con la voz rota.

“No lo sé,” dice Ostrander. “¿Cómo podría saberlo?”

El muchacho se vuelve bruscamente hacia el Teniente.

“Yo era el primero en la lista, señor. En serio. Ese tipo del escuadrón – el extranjero que trabaja en limpieza- clavó la lista y yo firmé. Fui el primero.”

El Teniente dice, empapado, “Adentro. Sube al camión, muchacho.” El muchacho trepa al camión y los hombres rápidamente le hacen lugar.

El Teniente se vuelve hacia mí y me pregunta, “Sargento, ¿dónde puedo encontrar un teléfono por aquí?”

“A ver, en el puesto de Ingeniería, señor. Le mostraré.”

Cruzamos por entre los ríos de lodo que se habían formado alrededor del puesto de Ingeniería.

“¿Mama?” dice el Teniente en la bocina. “Estoy bien… Sí, mama. Sí, mama. Me las arreglo. Tal vez el sábado pueda salirme, eso dijeron. Mama, ¿está Sarah Jane allí?… Bueno, ¿me dejas hablar con ella?… Sí, mama. Lo haré si puedo; quizás el domingo.”

El Teniente vuelve a hablar.

“¿Sarah Jane?… Bien. Bien… Me las apaño. Le dije a mama que quizás el domingo pueda salir. –Escúchame, Sarah Jane. ¿Cómo está el auto? ¿Pudiste hacer que lo reparen? Bien, bien; es un buen precio, con todos los repuestos.” La voz del Teniente cambia. Ahora es mucho más informal. “Sarah Jane, mira. Quiero que vayas adonde Miz Jackson esta noche… Bueno, así es: tengo aquí a unos cuantos muchachos para una de sus fiestas. ¿sabes?… Sólo quiero decirte que son demasiados… Sí… Sí… Sí… Ya lo sé, Sarah Jane; sé que está lloviendo… Sí… Sí…” La voz del teniente se endurece de pronto. Dice, “no estoy pidiéndotelo, niña. Te lo estoy diciendo. Ahora, quiero que vayas adonde Miz Jackson rápidamente – ¿bien?… No me importa… Está bien. Está bien. Te veo más tarde.” Cuelga.

Empapado hasta lo huesos, los huesos de la desolación, los huesos del silencio, caminamos lentamente hacia el camión.

¿Dónde estás, Holden? No me importa esto de la desaparición. Deja de hacer tonterías. Aparece. Da la cara donde sea que estés. ¿Me escuchas? ¿Lo harías por mí? Hazlo simplemente porque yo todo lo recuerdo. Porque no puedo olvidar nada que sea bueno. De modo que escúchame. Sólo ve con algún oficial, ve donde algún G.I, y dile que estás Aquí – no desaparecido, no muerto, nada más que Aquí.

Déjate ya de joder. Deja de decirle a la gente que estás desaparecido. Deja de llevar puesta mi bata en la playa. Deja de ponerte de mi lado en la corte. Deja de silbar. Siéntate a la mesa…


Traducción: Martín Abadía

Título original: This sandwich has no mayonnaise (Esquire XXIV, Octubre de 1945)

[1] La escuela preparatoria a la que asiste Holden Caufield en The Catcher in the Rye es Pencey