viernes, 30 de octubre de 2009

GORRITI EN CARETAS



Carta del Novelista al Cuentista

Por Gustavo Gorriti

Señor Alan García Pérez
Presidente de la República
Palacio de Gobierno
Ciudad.

Estimado señor García Pérez:

Esta no es una carta al Presidente sino una comunicación entre literatos. Me ha hecho usted el señalado honor de llamarme novelista y yo, aunque no creo merecer tal elogio, no puedo dejar de sentirme halagado al saber que proviene de un eminente cuentista.

Espero que no tome a menos que lo defina a usted como cuentista. Cortázar decía que en la novela se puede ganar por puntos, pero que en el cuento hay que ganar por knockout. De tal manera que, ya ve, el cuento confirma lo que dice la balanza: es usted una persona contundente. Puede, es verdad, que el gran Cortázar no tuviera en mente las formas de cuento que usted practica, pero todos sabemos que el género evoluciona.

En un cuento, lo importante es captar la atención de la gente, hechizarla temporalmente con el relato, adormecerle las dudas, acarrearla mediante la ficción hasta la sorpresa de un final inesperado. ¿Se reconoce usted? Claro que sí, ¿no cierto? Si de contar cuentos se trata, pocos han contado tantos a tanta gente como usted. Y lo más interesante es que no se ha repetido: ha cambiado muchísimo el argumento de sus ficciones, pero siempre ha sido lo suficientemente convincente como para mantener un auditorio cautivo. Éste de repente protesta cuando ve que no todos los huachitos estaban premiados ni todos los pajaritos estaban preñados, pero igual se pone a escuchar el siguiente cuento y en el proceso, sin darse cuenta cómo ni cuándo, hace cada vez más próspero al cuentista.

De manera que me halaga mucho que tan exitoso practicante del cuento halle en mí mérito de novelista. Pero como usted sabe, la relación entre narrativa, ficción y realidad, es compleja y variable. Por ejemplo, hay realidades que se expresan como ficción, y que por eso enseñan tanto (piense en, por ejemplo, “Sin novedad en el frente”, “La condición humana”, “El cero y el infinito”…); y hay ficciones que se expresan como realidad (sus discursos, por ejemplo, sobre todo los de campaña).

Hay ficciones que se expresan como ficciones (estoy esperando tener la semana libre que me permita leer toda la serie Harry Potter de un tirón), y realidades que se cuentan como realidades (el periodismo, por ejemplo).

Pero hay realidades tan sorprendentes, paradójicas o desmesuradas que su narrativa asemeja y a veces supera la ficción. Para contar esas realidades se desarrolló el periodismo narrativo, que puede referir historias apasionantes, extraordinarias, difíciles de creer, pero donde todo, todo –como dicen, hasta los cruces de las t y los puntos de las íes– debe ser verdad. Ahí no hay la licencia del hecho (como en algunas de las novelas arriba mencionadas); ni el púdico disfraz del nombre (como en el roman à chef); ni el jugar con los hechos, manteniendo los nombres (como en la novelita aquella “El mundo de Maquiavelo” que usted sin duda recordará). La única licencia en el periodismo narrativo es proteger a fuentes vulnerables disimulando su identidad. Pero el relato debe ser completamente fidedigno y corresponder a la verdad de los hechos.

Me imagino que lo inesperado de la narración sobre su encuentro con Manuel Ponce Feijóo en 2006, le hizo desear que fuera una novela, pero tanto usted como yo sabemos que, por inusual que parezca, el relato sobre el evento, que hago en mi libro: “Petroaudios”, es totalmente fidedigno.

En el libro cuento (páginas 87 y 88) que: “Durante la campaña electoral de 2005-2006, fuentes familiarizadas con el pensamiento de Ponce Feijóo sostienen que el entonces candidato Alan García lo convocó a la oficina que tenía en el Paseo de la República, cerca del edificio de RPP ‘cuando apareció lo de (el audio) de Popi (Fernando Olivera) y (Genaro) Delgado Parker’. Eso fue en octubre de 2005”.

“De acuerdo con versiones confiables, Ponce Feijóo le contó a García que sus comunicaciones electrónicas –incluso correos electrónicos muy personales– habían sido interceptadas y penetradas antes de su regreso al Perú. Ponce Feijóo habría añadido que nada se hizo público entonces porque él se cuidó que no saliera y guardó la información”.

“Según el mismo relato, García y Ponce Feijóo bajaron al semisótano del edificio y ahí discutieron rivales electorales: ‘Usted ayúdeme con el comandante que yo me encargo de la Gorda’, habría dicho García. La referencia volumétrica era a la candidata Lourdes Flores, quien entonces tenía más sobrepeso que García”.

“Todo indica que Chito Ponce ayudó, porque luego hubo algunos apristas prominentes, entre ellos Agustín Mantilla, que sugirieron que aquel fuera nombrado jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia. También, como es sabido, hizo luego ‘barridos’ electrónicos en el Congreso, a petición de Mercedes Cabanillas”.

“Ante eso, tal cual indican fuentes cercanas a Ponce Feijóo, la recompensa del nuevo gobierno fue pronta y explícita. ‘Como dijeron en la sentencia a Fujimori: está probado que el presidente García le dio (a Ponce) el grado a los tres meses de haber entrado. ¿Fue gratis? No lo fue –dice la fuente–, le dieron el grado de contralmirante porque ayudó a que sea presidente’”.

Hasta ahí el libro. Ahora, más datos:

La relación de Ponce Feijóo con su campaña presidencial, se dio a través de otro cuentista: Hernán Garrido Lecca. Fue el hoy vicepresidente Giampietri quien lo contactó con el versátil ex ministro, a quien su brusco adelgazamiento le ganó el inmejorable apodo de “llanta baja’, y quien ahora se agarra a cañazo limpio con los Wong en Andahuasi.

Fuentes muy confiables indican que antes de reunirse con usted, Ponce Feijóo tuvo varios encuentros con el grupo encargado del plan de gobierno del Apra. Era convocado por Manuel Casalino Grieve, quien murió en un accidente de tránsito hacia el final de la campaña de 2006. Ahí se encontró más de una vez con Jorge del Castillo.

Cuando fue a buscarlo a su oficina en el Paseo de la República, Chito Ponce fue recibido por su secretaria, Mirtha Cunza, quien también lo despidió. Quedaron en hablar a través de ella. Ponce acordó entonces en identificarse con el seudónimo de ‘Javier”, y llegó y se fue en un auto conducido por un chofer proveniente de la Marina.

Hay más datos, claro está, pero me parece que podemos dejar el evento establecido, ¿no le parece? Admitamos que corresponde a la verdad de los hechos y dejemos los cuentos para otras cosas.

Cuéntenos, por ejemplo, cómo hizo para cambiar tan radicalmente de opinión respecto de un político opusino a quien describe con el mayor desprecio en su novela, “el mundo de Maquiavelo”, y a quien ahora ha confiado uno de los ministerios más importantes para el país. Ya que las cosas son así, ¿está pensando en convocar a “Popi” al gabinete?

Cuéntenos cómo ha hecho para multiplicar su fortuna desde que asumió la presidencia por primera vez en 1985. Debiera contarnos ese relato. Los lectores lo devorarían. Hágalo. Si no, de repente otro lo hace por usted y le quita el copyright que tan claramente se ha ganado.

Publicado el 29710/2009 en Caretas

sábado, 17 de octubre de 2009

El indigenista melancólico

Por: Enrique Planas

Nacido en aristocrática cuna de raíces anglohispanas, ganador de un concurso de belleza infantil a los 3 años, brillante prospecto para arquitecto según el plan familiar. ¿Qué extraña conjunción de acontecimientos cambió el previsible destino burgués de Enrique Camino Brent (1909-1960), para convertirlo en uno de los más importantes representantes de la pintura indigenista?

La respuesta podría encontrarse atendiendo a los dos maestros, especialmente antagónicos, que forjarían su carrera plástica: Daniel Hernández, el fino retratista de la burguesía de la época y pintor oficial de Augusto B. Leguía, y José Sabogal, el sumo sacerdote del indigenismo en el país. Con Hernández, quien lo adoptó como alumno libre en la Escuela de Bellas Artes a los 13 años, recibiría la formación esperada de un excelente académico y retratista de primer orden. El maestro llegó incluso a defender la vocación del joven artista ante la intolerancia de su padre, quien esperaba del joven una rentable carrera como arquitecto una vez terminados sus estudios secundarios.

En su ingreso oficial a Bellas Artes, Camino Brent descubriría la revolución dirigida por José Sabogal y asumiría íntegramente su ideario indigenista, junto con una generación integrada por aprovechados alumnos como Julia Codesido, Camilo Blas, Teresa Carvallo o Alicia Bustamante. “Camino Brent aprenderá muy rápido la mística indigenista, investigará en el arte popular, especialmente la cerámica, visitará los pueblos, se identificará con las costumbres y la religión. Todos esos temas lo envolvieron”, explica Jorge Bernuy, curador de la muestra “Enrique Camino Brent: Centenario”, que se inaugura hoy en la galería del Centro Cultural PUCP. En la exposición, podrá apreciarse medio centenar de obras del artista limeño, entre óleos, acuarelas, grabados, ceramios (destacan sus estudios en Santiago de Pupuja sobre la técnica de cerámica local), esculturas e incluso muebles de diseño, que hacen posible una coherente retrospectiva que repasa una vida fascinante.

Si bien Camino Brent comparte con los indigenistas la búsqueda simbólica de un nuevo imaginario nacional, para Bernuy en su obra destaca su maestría técnica, fruto de haber aprendido las lecciones del mejor academicismo. “Puede apreciarse en su pintura una pincelada mucho más ligera y segura que la del resto del grupo indigenista —advierte—. Fue un maestro trabajando el blanco y el gris al pintar sus casonas. Allí se nota el gran virtuosismo del oficio. La diferencia entre Camino Brent y sus compañeros, a mi modo de ver, son los muchos años en Bellas Artes… quizá demasiados”, explica el curador.

Asimismo, Bernuy sale al paso de quienes acusan a Camino Brent de ser un pintor irregular, con caídas en lo decorativo. “Eso es falso”, afirma. “Es cierto que en su producción hay obras muy sintetizadas, pero eso fue parte de su búsqueda. Si revisamos la obra general, vemos un conjunto impresionante, con un manejo de la luz y las sombras de primer orden, así como en la expresión de sus personajes”, explica.

CALLES DE MELANCOLÍA
El maestro Teodoro Núñez Ureta escribió sobre él: “Sus patios, callejas y plazuelas están pintadas con la melancólica decadencia de los seres y las cosas”. ¿Es la melancolía de quien advierte el final de una época?

Para Bernuy, aquella melancolía se aprecia en sus cuadros en casonas e iglesias siempre inclinadas, casi cayéndose. “Eso tiene mucha plasticidad”, explica. Pero además de su virtud estética, para el curador hay en ellas la intención del maestro por recuperar un mundo a punto de desaparecer. “Con todos sus detalles, Camino Brent captó las escenas lánguidas de la pobreza en los Andes. Él buscaba esa melancolía, la pérdida de un país en constante cambio”.

Un país que sobrevivía en anacrónicas tradiciones como la tauromaquia, de la que el pintor fue especial aficionado. Amigo de grandes toreros como Antonio Bienvenida o Manolete, Camino Brent, junto con su colega Quizpez Asín, no se perdía ninguna corrida en Acho. Y como gran testimonio de aficionado, queda uno de sus lienzos más interesantes, en el que el capote que el mismo Manolete le regalara con su autógrafa descansa en la silla de su estudio. El regalo del matador cordobés fue robado una década después de fallecido el artista, pero queda esa correcta y académica composición, como testimonio de un mundo que se niega a desaparecer.

Publicado el 08 de septiembre de 2009 en El Comercio